11 países presentan un riesgo de crisis alimentaria. Foto la hora: Europa press/dpa

El aumento de las temperaturas y el inminente desastre climático colocan a las comunidades más vulnerables del mundo, cuya subsistencia depende fundamentalmente de la agricultura, la pesca y el ganado, ante la posibilidad de sufrir una crisis alimentaria sin precedentes.

Estas comunidades, que son precisamente las que menos contribuyen al cambio climático, se encuentran en peligro por carecer de herramientas alcance para amortiguar el impacto que supone que las temperaturas sigan aumentando a un promedio de 2ºC por encima de los valores preindustriales. Esto implica que otras 189 millones de personas podrían verse sumidas en la hambruna a corto plazo.

Defensores de los Derechos Humanos y organizaciones humanitarias han recalcado con motivo este sábado del Día Mundial de los Alimentos la importancia de reaccionar a tiempo y poner en marcha las medidas necesarias para evitar el desastre y ayudar a estas comunidades a adaptarse a los varapalos climáticos antes de que la situación sea irreversible.

Según datos de Naciones Unidas, cerca de 811 millones de personas pasan hambre en el mundo. Además, cerca del 12 por ciento de la población mundial se ha visto afectada por la inseguridad alimentaria de forma grave a lo largo de 2020, una cifra que supone un aumento de 118 millones de personas respecto a 2019.

Estas cifras confirman un retroceso en la lucha contra el hambre y ponen de manifiesto que alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 queda fuera del alcance de cara a 2030. Por ello, muchas organizaciones insisten en la necesidad de aumentar la inversión en el tratamiento de la desnutrición por parte de gobiernos de todo el mundo –España solo destina un 0,2 por ciento de la ayuda oficial para este fin–.

Los sistemas alimentarios siguen sufriendo un fuerte deterioro, una cuestión a la que se suman los conflictos y la pandemia de coronavirus, que ha dificultado además la entrega de ayuda en zonas verdaderamente afectadas.

Luis González, de Acción Contra el Hambre, ha insistido en la importancia de «abordar los factores que causan la inseguridad alimentaria, como la crisis climática, los conflictos o las desigualdades económicas para anticiparnos e innovar y encontrar posibles soluciones».

Es necesario además, ha dicho, «apoyar a las víctimas de estas crisis con la mayor rapidez y cercanía posible para evitar muertes y aliviar el sufrimiento de quienes se enfrentan a este problema».

El hambre sigue erosionando las capacidades de las poblaciones más vulnerables, genera exclusión y provoca a un retroceso en materia de desarrollo. Sin embargo, la inseguridad alimentaria sigue aumentando desde 2014 y se ha disparado durante el último año.

La desnutrición, su principal cara, representa un obstáculo devastador para el desarrollo cognitivo y físico de los niños y les impide crecer de forma saludable, pero también provoca enromes pérdidas económicas.

CAMBIO CLIMÁTICO Y VIOLENCIA

La crisis climática, representada por la inestabilidad y los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, sequías, huracanes o inundaciones, es uno de los principales factores determinantes del aumento del hambre en el mundo, ya que tiene un impacto directo en los medios de vida de las poblaciones locales.

El informe de Naciones Unidas sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo constata que el hambre sigue aumentando por quinto año consecutivo. Los conflictos siguen siendo el factor más importante a la hora de abordar la inseguridad alimentaria severa, que golpea a 99 millones de personas, un 50 por ciento más que el año anterior.

Para el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, es «la crisis climática está alimentando una crisis alimentaria». «Grandes extensiones del mundo, desde Madagascar hasta Honduras y Bangladesh, están en medio de una crisis climática que ahora es una realidad diaria para millones (de personas)», ha aseverado.

En 2020, las principales agencias humanitarias alertaban de que el mayor aumento del hambre, en términos geográficos, se había producido en África, donde la prevalencia estimada de la desnutrición –el 21 por ciento de la población– era más del doble que en cualquier otra región y estaban desnutridas un tercio –282 millones– de todas las personas en el mundo.

ALIMENTOS BÁSICOS

El aumento de los precios y la disminución de los ingresos desde el comienzo de la pandemia han exacerbado la crisis alimentaria, de la cual los niños se llevan la peor parte. La ONG World Vision calcula que los alimentos básicos se encuentran actualmente fuera del alcance de unas 3.000 millones de personas.

Además, los precios de los alimentos han alcanzado los niveles más altos en una década, mientras que el coronavirus ha provocado un colapso de los ingresos a nivel global. En lugares como Siria, África Oriental y Birmania el coste de los alimentos se ha disparado en más de un 50 por ciento desde que comenzó la pandemia.

Mientras que los precios de los alimentos subieron una media del 2,9 por ciento en Reino Unido, del 3,6 por ciento en Estados Unidos y del 4,8 por ciento en Japón y Canadá entre febrero de 2020 y julio de 2021, los precios aumentaron en Birmania un 54 por ciento, en Líbano un 48 por ciento y en Mozambique un 38,3 por ciento.

Andrew Morley, presidente y director general de World Vision, ha afirmado que «el aumento de los precios de los alimentos pone en peligro la vida de los niños más vulnerables, cuyas familias ya no pueden permitirse poner una comida básica en la mesa» y ha afirmado que «es desgarrador que casi 14 millones de niños más puedan sufrir emaciación o desnutrición aguda».

En un informe, la organización sostiene que, desde que se declaró la pandemia, el aumento de los precios de los alimentos, junto con la pérdida de puestos de trabajo provocada por el cierre y la interrupción de los servicios alimentarios, han dado pie a una «crisis mundial de hambre».

Como consecuencia, «cada día mueren más personas a causa del hambre que por la COVID-19», tal y como recoge el texto, que calcula que «el hambre aguda mata a 11 personas cada minuto, mientras que la COVID-19 mata a siete personas cada minuto».

Otros estudios también dan la voz de alarma y calculan que, para finales de 2022, la crisis nutricional provocada por la COVID-19 podría provocar 283.000 muertes más de niños y niñas menores de cinco años, al tiempo que deja 13,6 millones más de niños con desnutrición aguda y 2,6 millones más de niños y niñas con retraso en el crecimiento. Esto equivaldría a 250 niños y niñas que morirían cada día por desnutrición en relación con la pandemia.

Las organizaciones siguen insistiendo en que en el mundo «hay comida para todos» y han renovado su llamamiento a la comunidad internacional para responder a los impactos de la subida de los precios de los alimentos y apoyan así a las personas que se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad

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