Según un estudio publicado en la revista ‘Science’, una dieta rica en grasas altera la biología del revestimiento interior del intestino y sus comunidades microbianas, y favorece la producción de un metabolito que puede contribuir a las enfermedades cardíacas.
Los descubrimientos en modelos animales respaldan un papel clave de los intestinos y la microbiota en el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares, explica Mariana Byndloss, profesora adjunta de Patología, Microbiología e Inmunología en el Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt.
Los intestinos, señala, han sido relativamente poco estudiados por los científicos que buscan entender el impacto de la obesidad. «Antes del COVID, la obesidad y el síndrome metabólico se consideraban la pandemia del siglo XXI. Ahora mismo, aproximadamente el 40% de la población estadounidense es obesa, y se prevé que ese porcentaje aumente –señala Byndloss–. Y nuestra investigación ha revelado un mecanismo hasta ahora inexplorado sobre cómo la dieta y la obesidad pueden aumentar el riesgo de enfermedad cardiovascular: al afectar a la relación entre nuestros intestinos y los microbios que viven en ellos».
En estudios anteriores, Byndloss y el doctor Andreas Bäumler, de la Universidad de California en Davis, descubrieron que las células epiteliales que recubren los intestinos y los microbios intestinales comparten una relación mutuamente beneficiosa que promueve un entorno intestinal saludable. Se preguntaron si enfermedades como la obesidad afectan a esta relación.
Los equipos de investigación que colaboraron descubrieron que una dieta alta en grasas provoca inflamación y daña las células epiteliales intestinales en modelos animales. La dieta alta en grasas perjudica la función de las mitocondrias generadoras de energía, explica Byndloss, lo que hace que las células intestinales produzcan más oxígeno y nitrato.
Estos factores, a su vez, estimulan el crecimiento de microbios Enterobacteriaceae perjudiciales, como ‘E. coli’, e impulsan la producción bacteriana de un metabolito llamado TMA (trimetilamina). El hígado convierte la TMA en TMAO (trimetilamina-N-óxido), que se ha relacionado con la promoción de la aterosclerosis y el aumento del riesgo relativo de mortalidad por todas las causas en los pacientes.
«Se sabía que la exposición a una dieta rica en grasas provoca disbiosis, es decir, un desequilibrio en la microbiota que favorece a los microbios perjudiciales, pero no sabíamos por qué ni cómo ocurría –reconoce Byndloss–. Demostramos una forma en que la dieta afecta directamente al huésped y promueve el crecimiento de los microbios malos».
Los investigadores han demostrado que un fármaco actualmente aprobado para el tratamiento de la enfermedad inflamatoria intestinal restablecía la función de las células epiteliales intestinales y atenuaba el aumento de TMAO en los modelos animales. El fármaco, llamado ácido 5-aminosalicílico, activa la bioenergética mitocondrial en el epitelio intestinal.
«Esto es una prueba de que es posible prevenir los resultados negativos asociados a una dieta alta en grasas», apunta Byndloss, que añade que un fármaco como el ácido 5-aminosalicílico podría utilizarse junto con un probiótico para restablecer un entorno intestinal saludable y aumentar los niveles de microbios beneficiosos.
«Sólo si comprendemos plenamente la relación entre el huésped -nosotros- y los microbios intestinales durante la salud y la enfermedad podremos diseñar terapias que sean eficaces para controlar la obesidad y los resultados asociados a ella, como las enfermedades cardiovasculares», apostila.
Byndloss y su equipo tienen previsto ampliar sus estudios a modelos animales de enfermedades cardiovasculares. También están explorando el papel de la relación huésped-microbio en el desarrollo de otras enfermedades, como el cáncer colorrectal.