Alfonso Mata

Tenemos dos epidemias actualmente en el mundo; una nueva, el COVID-19, otra que ya dura décadas sin poderla controlar. La primera especialmente letal en personas de tercera edad; la segunda a los adolescentes y adultos jóvenes, que representan actualmente cerca de las dos terceras partes de las nuevas infecciones por VIH anualmente. Como resultado, la prevención del VIH se ha convertido en una alta prioridad para este grupo de edad. Pero la prevención en uno y otro caso resulta ser cosa diferente. En el caso del VIH nuevas tendencias revelan que ayudar a los adolescentes a manejar sus emociones, puede ser tan importante como brindarles información sobre el lado práctico del sexo seguro para prevenir el VIH y otras infecciones de transmisión sexual, que al igual que el VIH, hacen presa de esas edades debido a sus instintos e impulsos. Los estudiosos han llegado a la conclusión que no solo en los que padecen trastornos psiquiátricos sino también en personas normales adolescentes y jóvenes, los sentimientos son importantes cuando se trata de tomar decisiones sobre el sexo seguro. Específicamente, los hallazgos sugieren que la falta de autoeficacia (la creencia de que uno podría participar efectivamente en un comportamiento particular) cuando se enfrenta al estrés de usar anticonceptivos, es una barrera poderosa para su uso. Resulta evidente que una buena parte de adolescentes necesitan ayuda para sentirse más cómodos y menos angustiados por hablar y usar condones y otros métodos anticonceptivos.

La autoeficacia es similar a la confianza en uno mismo y puede definirse como las creencias de una persona sobre sus propias capacidades para producir efectos o cambios en su vida. Los adolescentes con mayor autoeficacia sobre el uso de anticonceptivos (es decir, los que sienten que pueden usarlos de manera efectiva) son más propensos a usarlos de manera constante incluso cuando se sienten molestos, mal consigo mismos, deprimidos o enojados. Esta conducta tiene implicaciones más amplias para todos los adolescentes que participan en conductas sexuales, porque la dificultad con el temor, la angustia durante el acto sexual con sentimientos de culpabilidad, inhibe otras conductas como la seguridad y eso no se limita a aquellos que están clínicamente deprimidos. Entonces, pareciera que controlar el estrés asociado con el comportamiento sexual es importante. Los adolescentes y jóvenes pueden aprender a disminuir su ansiedad acerca de discutir y usarlos de manera segura y efectiva. Muchos estudios muestran que los adolescentes y jóvenes que sufren angustia psicológica, pueden sentirse abrumados en situaciones sexuales debido a preocupaciones de relación (el miedo al rechazo), experiencias sexuales traumáticas previas o baja autoestima (poca motivación para mantenerse saludable).

 

Pero hay otros elementos que se suman a esas situaciones emocionales. En las últimas décadas se observa un incremento de comportamientos sexuales de riesgo que afectan directamente la salud y bienestar, esta tendencia se manifiesta en mayor proporción en la población adolescente, teniendo en cuenta las características propias de esta etapa y una de ellas es el comportamiento sexual acompañado de uso de drogas.

 

Si bien, la mayoría de las intervenciones de prevención del VIH se centran en adquirir habilidades conductuales prácticas, como cómo usar un condón, los expertos opinan que es necesario hacer más para protegerse del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. Las evidencia demuestran que es necesario ello acompañarlo de estrategias que ayuden a los adolescentes a disminuir la angustia y aumentar sus habilidades efectivas y esto es un componente fundamental de las estrategias de prevención del VIH. El papel de las emociones en la participación de conductas que promueven la salud, específicamente en eventos sexuales, no debe pasarse por alto. Enseñar estrategias activas para lidiar con la angustia que surge ante una situación de pareja homo y heterosexual como asegurarse el uso adecuado de anticonceptivos, como pedirle a su pareja que use un condón, debería ser una prioridad para los programas de intervención del VIH.

 

Pero no solo ha aumentado la libre elección de promoción de la sexualidad a tempranas edades, también las formas. Por ejemplo, se ha demostrado que la incidencia del sexo anal heterosexual está aumentando particularmente entre los adolescentes y los adultos jóvenes, y eso asociado con el aumento del VIH va de la mano. El tema del coito anal a menudo se considera tabú, especialmente cuando se habla en el contexto de las relaciones entre los jóvenes, aunque sabemos que este comportamiento es un factor de riesgo significativo para el VIH y otras infecciones de transmisión sexual. Es fundamental que reconozcamos que cada vez más los jóvenes practican sexo anal, para que podamos abrir las líneas de comunicación y ayudarlos a proteger su salud sexual. Por ejemplo, se ha encontrado que uno de cada cuatro o cinco jóvenes ha tenido relaciones sexuales anales heterosexuales y de estos menos del 20% usaba los condones. Y algo más problemático para la salud, las mujeres que tienen sexo anal heterosexual, son más propensas a tener dos o más parejas sexuales y a haber experimentado previamente coito forzado. Los hombres que tienen relaciones sexuales anales heterosexuales, son más propensos a identificarse como homosexuales, bisexuales o indecisos. Sin embargo, hay varios factores relacionados con el coito anal que parecieran consistentes en ambos sexos. En general, quienes sienten que el uso de condones disminuye el placer del sexo y quienes usan drogas en el momento del coito, participan en conductas más riesgosas.

Todas estas situaciones, deberían ser tomadas en cuenta en y por los programas de salud sexual y reproductiva; es importante considerar dentro de los programas de prevención a jóvenes los factores asociados con el coito si se desea enseñar a las adolescentes y mujeres jóvenes y a los hombres cómo ser asertivas en las relaciones sexuales, como rechazar actos sexuales no deseados y negociar por sexo más seguro, ya sea anal o vaginal.

Por ejemplo un elemento central de la educación sexual debería ser el coito, cosa que en la actualidad no se hace. Un diálogo abierto entre los profesionales de la salud proveedores de atención médica sexual sobre el coito anal es importante, y los trabajadores de la salud deben preguntar sobre el sexo anal durante lasdiscusiones sobre el coito vaginal y la protección, independientemente del sexo de la paciente o la orientación sexual informada.

Finalmente los sistemas de salud deberían aprovechar los materiales de auto-entrevista diseñada para medir conductas sexuales de riesgo, relaciones, actitudes sexuales de riesgo, uso de sustancias y salud mental para establecer los patrones de comportamiento sexual dentro de sus comunidades y orientar sus intervenciones de salud preventivas.

Es más que evidente que las infecciones de transmisión sexual (sobre todo en las culturas occidentales, donde las relaciones interpersonales se rigen bajo parámetros más liberales y abiertos en comparación con las normas sociales de años atrás) han proliferado y entre ellas destaca el VIH; pero al mismo tiempo se tiene el inconveniente que las temáticas relativas a la sexualidad se tratan como tabú aun. De igual forma, son cada vez más los jóvenes que presentan crisis emocionales y mentales que pueden ocasionar riesgos asociados a ciertas prácticas sexuales, consumo de sustancias psicoactivas, desórdenes alimenticios, depresión o suicidio, y ello se aúna fuertemente con un patrón de conducta sexual de riesgo. Es pues ya un problema de salud preocupante e importante, el aumento en el inicio de relaciones sexuales a temprana edad y las infecciones de transmisión sexual.

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