La política como ejercicio conectado con la sociedad es abstracta, existe una disociación del quehacer de quienes actúan en la esfera pública y la ciudadanía que vota, siendo este último acto el único donde hay algún tipo de contacto con quienes formarán la clase política electa. Si a lo anterior agregamos que nuestra comunicación y nuestra relación con los fenómenos sociales, las cosas y los sujetos se ha vuelto virtual, es decir abstracta, pues estamos frente a una sociedad que no se comunica entre ella y que acepta cómodamente el ámbito virtual para lo personal y político.
Esta enajenación es tal, que creemos que estamos cambiando el mundo al criticar en “redes sociales” al funcionariado o hablando sobre temas de trascendencia pública; lo emocional y dramático embutido en consignas o llamaradas de tuza que son el perfecto motor del sensacionalismo de los medios de comunicación y las “redes sociales”, se han vuelto la forma más irracional e irresponsable de lucha: los políticos están felices de que así suceda, así como quienes hacen dinero con el “rating”, y lo más triste, las posiciones más “avanzadas” en las luchas sociales, también. No hace falta mencionar que quienes se han encargado de construir ese marco cultural sonríen plácidamente fumándose un puro mientras nos ven despotricar y despedazarnos en el corral que nos fabricaron.
El país no está definido por nuestras sesudas opiniones en el vacío de internet, sino por las condiciones materiales de vida de las personas, no solo las que vemos en los semáforos, Guatemala es mucho más que la ciudad, la niñez en lo profundo de nuestro país no pide limosna, simplemente no tiene para comer o recibir clases virtuales, y esto no es fatalismo, es realidad. La manera en que se desmanteló la educación y se condenó a la población a ser mano de obra barata, el abandono consciente del bienestar de quienes viven en la ruralidad, no es un tema que se critique por sesgos ideológicos, está allí, a la vista de todos. Lo que se decida como política de Estado o la novela que suceda en el gobierno, lo que pasa en los estamentos y la segmentación que se hace para la aplicación de lo jurídico, está lejos de ser pasto de la llama popular porque la sobrevivencia material se impone ante cualquier intento de ir más allá. La jugada de quienes celebrarán el bicentenario, fue perfecta.
Dejar la abstracción social y política es entonces una condición para que en realidad suceda algún cambio significativo. De lo contrario la normalidad seguirá siendo la de la grandilocuencia y la superioridad moral de quienes se sienten iluminados y más allá del bien y del mal, la normalidad de las asimetrías sociales monstruosas y la normalidad de estar jodidos y de que “primero dios” todo cambiará…
La clase política y las élites no cambiarán de la noche a la mañana ni por voluntad propia, quizás entender cómo se han apropiado de nuestra propia voluntad sea el secreto para defenestrarlos del poder.