Valeria Jeréz Rohrmoser
La pandemia cambió todo. El impacto que esta tuvo en cada persona es muy singular. Aunque existan afecciones que se repetirán más de una vez entre las personas, será muy difícil llegar algún día a entender de qué manera afectó nuestra psique y nuestro diario vivir. No obstante, considero que sí se puede entender “mejor” cómo nos afectó como colectivo.
Guatemala –o quizás las sociedades en América Latina en general– tienen fama de estar más orientadas al colectivo, a grupos, que las sociedades europeas. Sociedades en las cuales cada quien vela por sí mismo y en cuyos eventos familiares no son situaciones que suceden de forma tan regular como suele ser el caso en Guatemala, por ejemplo.
Cada quien lo define diferente, pero personalmente pienso que después de esta pandemia no somos realmente tan orientados a lo colectivo, o simplemente a velar por el bien común. Nuestra ciudadanía lleva rota y escindida hace años –quizás desde el conflicto armado– y la pandemia solo fue un factor que vino a evidenciarlo.
Temas que fueron sujeto a burla o a memes, como la compra excesiva de papel higiénico en el supermercado y la compra de la mayor cantidad de comida posible, nos demostraron que en situaciones graves de emergencia cada quien reacciona con base a sus propias circunstancias y miedos que surgen.
Hoy, un año después que todo empezó, las cosas no parecen mejorar. O quizás sí. Depende de las circunstancias. Hay quienes no estuvieron afectados económicamente durante la pandemia. Hay otros que simplemente nunca pudieron darse el lujo de hacer “Home Office” porque no existió nunca un gobierno capaz de ofrecer ayuda en una crisis como esta. Y sí, es un lujo. -Cuando le explico esto a personas alemanas me parece que no lo entienden igual: crecer en Latinoamérica te hace percibir y entender la sociedad de una manera muy real. Hasta demasiado cruda a veces.
Tal vez sería más sencillo crecer sin percibir la sociedad de una forma tan cruda. De reconocer una ciudadanía que aún durante una pandemia no logra avanzar y solo se hunde más, porque es una ciudadanía que tiene la mala suerte de tener un gobierno como el nuestro. Porque la manera en la cual un país maneja una crisis dice muchísimo del gobierno en cuestión. Y más que mostrar lo evidente (pandemia, salud y economía en riesgo), muestra simplemente qué tan importante somos para quienes están gobernándonos.
Lamentablemente es un círculo vicioso que parece nunca acabar: corrupción que conlleva a un manejo inadecuado de recursos que conlleva a repartición desigualitaria, que conlleva a inseguridad, que conlleva a violencia, que conlleva a…
La salud y preocuparse por los recursos básicos de una vida digna pasan a segundo plano.
Si quisiéramos que esa escisión en la ciudadanía termine –o simplemente que no se siga haciendo más grande– tendríamos que empezar a pensar como grupo y no solo como lo que más nos conviene de manera individual. Quienes nos gobiernan deberían contribuir, y en lugar de tomar decisiones que beneficien simplemente a un sector podrían redefinirse las maneras de manejar la situación con el fin de velar verdaderamente por una ciudadanía más unida y un bien común más funcional.