En la última edición del diario The Washington Post se publicó un importante y bien documentado reportaje sobre Centroamérica y la forma en que los poderes de Guatemala y El Salvador están resistiendo las acciones de la administración Biden para establecer la lucha contra la corrupción como eje de la relación entre Estados Unidos y estos países. Las periodistas Mary Sheridan y Anna Catherine Brigida hacen un detenido análisis de lo que está ocurriendo en el marco de los esfuerzos que se hacen para atajar el mayor problema que tiene la administración norteamericana que es el de la migración y la influencia que en ello tiene el fenómeno de la corrupción.
Explican qué está ocurriendo con las Cortes en ambos países y recuerdan las alianzas que los grupos más corruptos y poderosos lograron hacer con la Casa Blanca en la anterior administración, al punto de que Washington jugó un papel fundamental en el desmantelamiento de la comisión internacional que se había formado para ayudar a Guatemala a combatir la impunidad que se asentó de manera sistémica, luego del conflicto interno, cuando todo el tema de la aplicación de la ley había sido supeditado a las condiciones de la guerra.
Tanto Bukele como los que realmente tienen el control político de Guatemala insisten en que la Casa Blanca ahora está interfiriendo en asuntos internos y que ello es intolerable. No menciona, al menos en el lado guatemalteco, cómo ellos mismos pisotearon cualquier concepto de soberanía con sus interminables romerías a Washington para asegurar que Trump ordenara a su Departamento de Estado que le zafara la varita a la CICIG y dejara así el campo libre para que se expandiera la corrupción, al grado de que ahora hasta pasan leyes descaradas para eliminar elementales y muy básicos requisitos para las compras que hacen los funcionarios públicos.
El tema de la soberanía fue ligado, históricamente, al tema ideológico, sobre todo en los años de la Guerra Fría. Pero ahora resulta que por causa de la migración, que en el fondo es nuestro soporte económico, pero que constituye un grave serio problema político para Biden, las cosas han cambiado significativamente porque no se está combatiendo a ninguna fuerza política sino simplemente se está enfrentando a los corruptos que, taimadamente, se fueron adueñando de nuestros países para convertirlos en sus verdaderas fincas donde pueden hacer lo que les venga en gana, inclusive destruir el Sistema de Justicia que en determinado momento les debería pasar factura por los abusos cometidos en contra de los intereses de la población.