Mario Alberto Carrera
Las maromas verbeneras del Pacto de Corruptos dieron como resultado –en este país– una Corte de Constitucionalidad asaltada más que secuestrada con cuatro cuatreros inmorales y una magistrada –de la misma– pendiente de su legitimación, es decir pendiente de las artimañas de un Estado que se decanta por la dictadura y la disolución de los otros dos poderes que ya están dentro de la bolsa pútrida del Ejecutivo.
La cara que presenta esta autocracia guatemalteca es la de un cesarismo oligarquista que quita y pone Presidentes de la República a su antojo, para terminar siempre en lo mismo: la apariencia de una democracia que no es más que una larga ilación –por décadas en el poder– de los aycinenistas del CACIF., que tomaron el Gobierno desde la Independencia y que lo han soltado ¡una sola vez!: Con la Revolución del 44 para retomarlo desde hace unos 50 o 60 años sin soltarlo más. El aire antidemocrático, excluyente y encomendero –de la Liberación castilloarmista– es igual en todos los gobiernos post Castillo Armas, como este del advenedizo lacayo del infortunio llamado Giammattei.
Pero casi un año antes de la entrada de nuestro dictador de sainete (fantoche de la oligarquía más rancia) aparece y gana arrasadoramente las elecciones presidenciales en El Salvador un joven de armas tomar y aire de discreto matoncito –con gorra al revés– para ser influencer de la mara. Y va y se sienta en la silla presidencial de la Asamblea y meses después sigue haciendo cosas tremendistas: cambia con todo derecho a su fiscal general (accidental) y de un bofetón certero mediante “su” Asamblea Legislativa que ya todos sabemos es oficialista (pero con buenas intenciones) elimina lo que en Guatemala es la Corte de Constitucionalidad, máximo tribunal del país. Y no contento, anuncia la defenestración de más funcionarios partidarios de Arena o de FFMLN o, bien, no simpatizantes de su gobierno de depuración del Estado, donde sólo su pensamiento “revolucionario” debe imperar. ¡Ála y hala!
Reventaron todas las alarmas de los liberales y de los conservadores; de los Estados Unidos y la OEA con la CIDH. Y Bukeke ha logrado llamar la atención literalmente del mundo entero. Este boom lo ha hecho saltar a figura cimera o de un nazismo popular o al de un comunismo imposible porque ya se le ve (en opiáceos ensueños) cual el sucesor de Maduro, como si la cosa fuese sólo coser y cantar o soplar y hacer botellas.
Bukele le dio un revés a la embajadora de Canadá que nos dejó taciturnos y aturdidos porque le dijo la verdad a la diplomática, haciendo sofista y exagerado énfasis en lo de su fiscal y poco en lo de la Corte de Constitucionalidad
En otra ocasión –deplorable– el punto de vista que ofreció sobre los 200 años de la Independencia centroamericana fue de mal estudiante de primaria. Debe Bukele aprender Historia Patria del Istmo.
De todo esto, dos hechos similares o iguales y paralelos me llaman la atención poderosamente: la supresión de la Corte de Constitucionalidad para ponerla al gusto –aquí– de la oligarquía y su pelele de turno. Y en el Salvador para optimizar y hacer triunfar el bukelismo que puede llegar a ser y conformar una nueva corriente política mundial.
Pero lo que cambia son las intenciones y las formas. Lo de aquí ha sido un guantazo burdo, tosco y basto. De coroneles en permanente golpe de Estado interno. Lo de El Salvador tiene un olor distinto: el de lo nuevo e inesperado-depurador. Contiene el misterio del bukelismo que podría llegar a ser una fuerte corriente de pensamiento social: tal vez una mezcla sabia de Eva Perón y Lázaro Cárdenas.
Pero –respecto de esto último– no olviden que Bukele pertenece a una nueva derecha –cuasi familiar– que se tiene que definir y decantar ¡siempre por el dinero!, por el capital, tan poderoso como lo describe Quevedo.