Víctor Ferrigno F.
A Monseñor Juan José Gerardi, el memorioso, constructor de nuestra verdad histórica.
En Guatemala siempre hubo pobreza extrema, hambre perenne, explotación inhumana, corrupción sin límite y represión desmedida, pero fue con las masacres que la clase dominante y el ejército quebrantaron la esperanza de un futuro más humano, y la gente comenzó a migrar masivamente; primero a México, para salvar la vida, y luego a los EE. UU. para paliar el hambre y salir del pozo de la miseria y la desesperanza.
Hay nueve veces más niños, niñas y adolescentes migrantes en México en los últimos tres meses anunció recientemente Unicef, la agencia de la ONU especializada en la protección de la niñez. El lunes pasado, el canciller Pedro Brolo declaró que más de 230 niños guatemaltecos cruzan a diario la frontera. A ese ritmo, serán unos 84 mil para final de año. Muy desesperanzador tiene que ser la perspectiva de vida de una familia para, incluso, enviar solos a sus hijos para buscar un mejor futuro.
Las Naciones Unidas y la comunidad internacional tienen muy claro este panorama desalentador, y todos coinciden que el flujo migratorio será imparable, hasta que las causas que lo generan sean paliadas o resueltas.
“Las familias centroamericanas no están emigrando, están huyendo”, declaró Jean Gough, directora regional de Unicef para América Latina y el Caribe. “Estos niños, niñas, adolescentes y sus padres, que ahora están en México, escaparon de la criminalidad de las bandas, de la violencia doméstica, de la pobreza, de los huracanes devastadores y de la pérdida de empleo debido a la pandemia en sus países de origen. La mejor manera de dar a las familias migrantes una buena razón para quedarse en sus comunidades es invertir en el futuro de sus hijos a nivel local. La verdadera crisis infantil no está en la frontera de Estados Unidos, sino en las comunidades más pobres del norte de Centroamérica y México”.
“Trabajamos juntos para abordar las necesidades inmediatas del pueblo guatemalteco, brindar ayuda y profundizar la cooperación en materia de migración. Con el tiempo, estoy segura de que podemos construir una base de esperanza para un futuro mejor.”, destacó por medio de su cuenta de Twitter, la vicepresidenta Kamala Harris.
Qué bueno que la Vicepresidenta de EE. UU. tenga claro que para edificar un mejor futuro hay que construir una base de esperanza, con perspectiva de largo plazo, erradicando la corrupción y la impunidad, generando desarrollo y justicia social.
El Gobierno de Biden sabe que los exmilitares vinculados a los crímenes de lesa humanidad son ahora los sicarios del narcotráfico, y a ellos se han aliado políticos corruptos y empresarios venales que se han apoderado del aparato estatal. Ellos constituyen la alianza criminal que conocemos como Pacto de Corruptos, quienes lograron controlar la elección de las Altas Cortes, en alianza con delincuentes como Felipe y Gustavo Alejos, Estuardo Gálvez o Roberto López Villatoro.
Por lo anterior, El plan de Biden para fortalecer la seguridad y la prosperidad en colaboración con los pueblos de Centroamérica no está enfocado a colaborar con los gobiernos corruptos, sino con la ciudadanía de los países del Triángulo Norte de C.A.
Poco o nada podrá avanzar la construcción de esa base de esperanza con cámaras empresariales que incumplen con las leyes laborales, y que rechazan la ratificación del Acuerdo de Escazú, que tutela el acceso a información científica sobre el medio ambiente, la participación pública en los procesos de toma de decisiones y la justicia en casos ambientales.
El congresista estadounidense Albio Sires, conoce muy bien a las corruptas oligarquías del área, por lo que anunció alto y claro: “la asociación de Estados Unidos es con el pueblo de Guatemala, Honduras y El Salvador, y no con las élites depredadoras”.