Es impresionante cómo la historia se puede repetir tan fácilmente sin que nos demos cuenta que estamos recorriendo sendas que ya se dieron en otros lados con resultados trágicos. Platicando con alguien de Venezuela sobre por qué salió de su país y cuándo espera regresar a él, me dio explicaciones que me impresionaron porque mostraban mucho conocimiento de la historia y el buen análisis que se desprende de ello. Empezó hablando de sus gratos recuerdos cuando Venezuela era un país bendito por la existencia de sus mantos petrolíferos que producían una inmensa riqueza, mientras dos partidos serios se alternaban en el poder luego de los esfuerzos que se hicieron tras el derrocamiento en 1958 del dictador Pérez Jiménez.Hi
Adecos y Copeianos, socialdemócratas y democristianos, se alternaron por años en el poder y se lograron importantes avances y el pueblo pudo percibir beneficios de la riqueza y expansión económica provocada por los vaivenes del mercado de petróleo. Pero el dinero del petróleo también marcó la perdición porque aquellos políticos que inicialmente se esmeraban por trabajar por el bien común y atender las necesidades de la gente, pronto se vieron tentados por la ambición y se terminaron corrompiendo, trabajando para sí mismos y para una pequeña élite que gozaba de todos los privilegios mientras el pueblo no sólo se estancó sino que empezó a retroceder en sus condiciones de vida porque el dinero público, lo que debía servir para la inversión en desarrollo humano, se dilapidó tal y como ahora estamos viendo que pasa en Guatemala.
La Corrupción empobreció a los venezolanos en general, pero sobre todo abrió el camino a expresiones de populismo que encontraron suficiente eco entre un pueblo harto de ver el comportamiento de sus dirigentes políticos y de todo un sistema que ya no se ocupaba más que de alentar la corrupción y el reparto de pastel que se hacía entre los poderosos, tanto en el bando político como en el bando económico.
Fue allí donde surgió la figura de Hugo Chávez y encontró asfaltado el camino para propagar sus ideas populistas en medio de una población desesperada, frustrada y harta de ver lo que estaban haciendo con su país. Lo mismo pudo ser un Chávez que cualquier otro, lo que hacía falta era alguien con los pantalones que se enfrentara a las mafias, aunque sus intenciones finalmente pudieran ser también las de aprovechar la ingenuidad de las masas. El caso es que la corrupción había llegado a ser tan profunda, dañando todas las instituciones del país, que cuando vino esa “contraofensiva” fue relativamente fácil desarmarlo todo porque la gente ya no creía en nada. Las instituciones de justicia, que habían apañado a los corruptos, fueron desarmadas pero no para que surgieran otras con el fin de afianzar el Estado de Derecho sino para apoyar ciegamente al nuevo régimen que, por supuesto, empezó endulzando el oído de la gente.
Hoy viven otra dictadura, igual o peor que la de Pérez Jiménez, y la gente no le ve futuro al país. Para ellos también la migración se ha vuelto la única esperanza y los venezolanos que ya salieron no piensan en regresar. Todo se acabó, pero no fue por culpa de Chávez y Maduro, sino de los pícaros que prostituyeron con la corrupción un modelo democrático que tanto había costado.