Juan José Narciso Chúa
No recuerdo exactamente cuando la conocí, lo cierto que es a Edgar Alfredo Ordóñez Porta, “Tito”, lo conocí una tarde del 7 de diciembre de 1971, en un día de los “fogarones”, cuando nos divertíamos allá en la Colonia El Maestro en la zona 15, invitados por Sergio Mejía, para pasar ese rato allá junto con Jorge Luis Morales Modenessi, el “Ganso” y yo.
Esas visitas a la Colonia El Maestro se volvieron frecuentes y con ello tuve la oportunidad de consolidar mi amistad con Sergio Mejía, pero unirme bajo ese mismo sentimiento con Carlos Monroy, “Tito” y Vinicio Mazariegos, a este grupo se unió posteriormente Danilo Flores y con menos regularidad Samuel Alonso.
En esas visitas tuve la oportunidad de conocer a doña Mary, la mamá de “Tito”, quien me pareció una persona con una gran personalidad, con voz elocuente y con mirada escrutadora y aunque no nos conociera con profundidad, nos medía en la misma medida que a “Tito”, con lo cual nos inquiría sobre nuestros avances en el estudio, así como nos regañaba, sin el menor recato, cuando sabía que “Tito” andaba mal, asumía que todos andábamos mal.
Con el tiempo, mi percepción sobre ella se fue acrecentando, era una dama imponente, así como constituía el centro de la familia Ordóñez Porta, tomaba decisiones, pero a la vez las ponía en práctica, sabía cómo se desenvolvía cada uno de sus hijos en sus estudios y, además, ejercía su profesión de maestra gallardamente. Era una maestra de tiempo completo y medio, pues más allá de su trabajo, también lo seguía siendo en la casa, no sólo con sus hijos, sino también con los rebeldes centralistas amigotes de “Tito”.
Dentro de esas visitas conocí tanto a Hugo Ordóñez, como a Beatriz Ordóñez, los dos hermanos mayores de “Tito”, ambos eran buenos estudiantes y se hicieron buenos profesionales, construyeron carreras en su vida de trabajo. Hugo en Alemania, mientras que “Tisha” se desenvuelve exitosamente acá en Guatemala.
Cuando se casó “Tito”, ahí estaba doña Mary, orgullosa, satisfecha, sabía que era un paso formidable para la formación de “Tito” y sabía que Ligia Mazariegos, era una excelente compañía para él, tal como lo ha demostrado con la lucha incesante por sacar adelante a sus tres lindas hijas, María Fernanda, María Alejandra y Camila, sin la presencia de “Tito”.
Una mañana de mayo, estaba en Petén por cuestiones de trabajo, cuando recibí un mensaje de Sergio Mejía, yo no estaba en ese momento, así que cuando llegué a la oficina me dijeron que era supe urgente. Me temí lo peor, pero no tenía idea de la magnitud de la noticia. “Maestro, me dijo, ¡¡¡mataron a Tito!!!”, no lo podía creer, saberlo me devastó, las lágrimas aparecieron inmediatamente, le había robado su don más preciado: la vida.
El asesinato de “Tito”, nos quebró a todos -familia y amigos-. “Tito”, en cierta medida, pero sin la rigurosidad de doña Mary, era igual a ella, era una persona vital, generaba discusión, buscaba la unión, era una figura articuladora, en lugar de disipar o alejar, amén de su chispa bromista interminable.
Una mañana fui a visitar a doña Mary, años después, Mónica iba conmigo, pero no conocía lo portentosa de su personalidad, cuando abrió me abrazó y nos quedamos así por unos segundos, sabíamos que nos transmitíamos ese cariño recreado con años alrededor de “Tito” y ahora de Ligia y sus patojas. Nos invitó a entrar e inmediatamente me dijo “¿Te tomás una cerveza conmigo, verdad?, por supuesto, le dije y así iniciamos una plática agradable, coloquial, dicharachera, alegre, interminable, de mutuos sentimientos de cariño y con la figura entrañable de “Tito” con nosotros.
Hoy el COVID, nos quitó a esa institución que era doña Mary, ese roble imponente nos ha dejado para reunirse con “Tito”. Su ausencia ya pesa, pero seguramente quienes resentirán más su ausencia serán Hugo, Beatriz y Ligia y sus patojas, así como el resto de nietos de doña Mary.
Descansa en paz Marina Porta Magaña, hasta siempre querida doña Mary.