Mario Alberto Carrera
A veces me tortura la pesadilla de que el mundo es un insondable campo de concentración: el apartheid global. Y una pesadilla más me obsede: la de que como la justicia es un invento humano –hecha para ser violada a mansalva– ésta no existe en el mundo y menos en el universo porque en él todo es caos y casualidad. Qué arquitecto ni qué ocho maravedís.
¿Cuál es mi papel entonces cuando invoco la paz, la democracia, el diálogo, la ecuanimidad? El de un insensato grogui –que dadas las circunstancias– ya debió haberse dado por vencido y entendido que no existe otra ley que la del más fuerte-prepotente, es decir, la del mejor armado y protegido por el Ejército y dotado de millones y millones de dólares en bancos del exterior, porque lo que aquí tienen los transas no es ni la 10 parte de su “patrimonio”.
Me hablás, me contactás, me pedís que hablemos de paz y equidad general. Me obligás a ir al aula a que diga mentiras. Me presionás de varias maneras sutiles –pero traperas– para que dé conferencias y redacte textos en torno a que el hombre es un ser de inteligencia, de razón y acaso hasta con alma. Y yo a disgusto acepto porque por momentos me quiero convencer a mí mismo de que no vivo entre hienas, entre violadores de leyes. Entre acaparadores de riquezas, de tierras, de futuros. Y sobre todo de perversos manipuladores de Cortes y Gobierno para provecho de la clase dominante.
¿Qué pasa cuando Juan o Pedro o, mejor dicho, los pueblos originarios piden o exigen “demasiado”? ¿Piden más de lo que a vos te sobra rebosando en tus alforjas teñidas de sangre, de entuertos, de agravios y de abusivas acciones contra la inerme masa?
Te indignan los llamas vándalos, vulgares sicarios del patrimonio nacional, agitas el garrote de Caín e invocas al orden y al sistema: al Estado de Derecho. Y Juan o Pedro deberán callar por enésima vez, agachando la cabeza, fieros y con razón resentidos. O callarán para siempre si se empeñan en retarte, en contrariar tu rígida voluntad de supremo dictador. Lo que vos has establecido como verdad, como justicia, como norma a tu estilo personal.
Juan o Pedro han de vivir en silencio (como yo cómplice en cierta manera) para que vos no te enojés, para que vos no enseñés tanto el colmillo y la garra. Porque vos sos “humano” en la medida en que la dictadura que has establecido (y que vos llamás orden y ley) no sufra mella. Se mantenga incólume a las órdenes de tus caprichos y quede todo finalmente en la armonía que vos ordenás como grácil y perfecta y en simetría con el color de tu oro maldito y de tu campo de concentración llamado Guatemala.
No me pidás más que sea tu cómplice al decir a mis seguidores o a mis lectores ¡y hasta a vos mismo, qué absurdo!, que el mundo está presidido por la paz, que todos los sistemas –inventados por el hombre– son para su provecho comunal, para el bien común. Porque al revés: todos los sistemas y paradigmas o modelos económicos que el hombre ha inventado, son para provecho del más fuerte, de quien más oprime, de los dueños de la cárcel y del apartheid.
A veces lo que quisiera en sentido figurado es quedarme mudo y manco como en El Silencio de Bergman. No tener que escribir o hablar más en el aula o en las páginas de un diario –en cierto sentido y modo– en tu nombre, porque vos me dominás aunque yo no lo quiera. Tu poder es omnímodo y aplastante.
Yo, en silencio. En el silencio total de mis montes y bosques sin tener que hablar ni mentir que es lo mismo. Solo pero acompañado por un águila imaginaria que me envía Nietzsche y por la nubes solidarias que con su blancor me sonríen optimistas.
Solo y en silencio para no verte la siniestra cara de gánster atrofiado. #200NadaQueCelebrar