A lo largo de la historia las pandemias han obligado a las autoridades a tomar medidas para controlar la propagación de las enfermedades y eso generalmente se traduce en restricciones que ahora son repudiadas por algunos que creen que se les están violando sus derechos y libertades. El simple uso de la mascarilla se ha convertido en un pulso político en muchos países donde los que se dicen libertarios y disputan al Estado la capacidad de emitir regulaciones, se resisten a su uso aunque ello se traduzca en mayor número de casos y, tristemente, de muertes.
Hace varias décadas en el mundo los vehículos automotores carecían de medidas de seguridad y los accidentes causaban muchas más muertes que ahora. Mundialmente se emitieron regulaciones que obligaron, primero, a los fabricantes de carros a colocar cinturones de seguridad y luego a los automovilistas a usarlos, so pena de castigos a los infractores de la norma. El efecto fue tremendo porque, aunque hubo resistencia al principio, la humanidad terminó por aceptar la lógica del cinturón que salva vidas y el número de víctimas fatales disminuyó notablemente.
El uso común de celulares también se convirtió en causa de accidentes fatales y los Estados se vieron obligados a emitir prohibiciones para usar los aparatos mientras se conduce, norma que no ha sido tan absolutamente aceptada como la del cinturón de seguridad, con el efecto de que aún son muchos los que pierden la vida en accidentes causados por la distracción que provoca el uso del celular al conducir.
En ambos casos se puede decir que se restringe la libertad individual, pero ello es porque se privilegia el bien común y toda persona sensata lo entiende sin ridículas protestas.
Hoy el uso de la mascarilla es una medida similar a la del uso del cinturón de seguridad. Es un salvavidas y es absurdo que la polarización ideológica llegue hasta ese campo. La mascarilla me protege a mí, pero también protege a mis semejantes y más por ellos que por mí, tengo el deber de usarla.