Juan Jacobo Muñoz Lemus
Con el tiempo he ido considerando que la tranquilidad es un gusto de gourmet. Veo a los niños inclinarse por deliciosos e intensos sabores y aromas de chicles afrutados, hasta de colores azules que nunca he encontrado como algo comestible en la naturaleza.
Me tomó tiempo que el paladar aceptara espárragos, berenjenas, pacayas, palmitos, alcachofas y muchos más. Pero igual tuve un proceso largo, en el que pasé de emociones intensas y gratificantes, incluso peligrosas, hasta desarrollar el gusto por el sentimiento más pacífico y duradero de todos, la tranquilidad.
Repaso mi vida y la primera certeza que tengo es que si no fuera por tantos errores no habría llegado a ningún sitio. Qué difícil es desprenderse de la propia importancia. Es como sentir que no se cuenta, que no se es, que no se existe. Eso hizo que quisiera estar en muchas cosas, aunque a la larga fuera para sufrir.
La herida narcisista tiene su razón, y el masoquismo no es casualidad. O como dijo Faulkner, entre el dolor y la nada se escoge el dolor. Ahora, ante cualquier circunstancia tentadora me pregunto qué cosa falsa habrá detrás, porque nada puede ser tan espléndido como aparenta.
Quise ganarle al cerebro, pero mi intuición no intuyó que había algo oculto en cada tentación, y un disfrute secreto que prometía algo que debía rechazar. No había lógica posible, porque esas cosas se asientan en lo irracional. Algo animal tal vez, que no logra anticipar el sufrimiento. Tal vez hasta tenga que ver con la codependencia y tener a quien culpar.
Viví muchas cosas superficialmente y lamenté siempre que no fueran profundas, un contrasentido. Coleccioné agravios en un cofre vetusto sin considerar que en su manufactura también yo había participado. Exigí verdades apoyado en aquello de que la duda mata y la certeza ayuda a que uno se sobreponga, pero, por otro lado, no fui sincero.
A mi vida lo que le hacía falta era yo. No sabía que, si uno confía en sí mismo, bien soporta una tormenta. Que lo que tiene que pasar, pasa, y al final todo pasa y no pasa nada. Y descubrí que cada momento en la historia de mi vida fue solo un parpadeo. Que no tiene caso ser víctima de la propia importancia, ni sucumbir a las vanidosas pretensiones del orgullo. Si estar pendiente de mí y preocuparme sirviera de algo, hoy mismo me pondría esparadrapos en los párpados para mantener los ojos abiertos y no dormir, para preocuparme más.
No puedo seguir dependiendo de lo que diga la gente, que de todos modos algo va a decir. Si llego tarde me llaman agresivo, si es temprano soy ansioso, y si es en punto me dicen que soy obsesivo. Ahora sé que la sociedad porta el odio como estandarte, tenga o no tenga razón. Ojalá diéramos lustre a la vida con la misma fruición que lustramos el calzado con el que pateamos a los demás.
He tenido tiempo para ver muchos de mis defectos, tantos que me he caído mal. Y como cualquiera he tenido que esperar los momentos de mi evolución. Ya me tocó ser huevo, tepocate y ahora renacuajo, ojalá pueda llegar a sapo, y no a uno que aspire a ser príncipe con un beso, eso sería un enorme retroceso.
A fuerza he entendido que uno no sufre nada más por lo que hace, sino por lo que dejó de hacer. Llora porque no encuentra nada donde nunca puso atención. Si pongo todos los huevos en un solo canasto, me quedo sin huevos para todos lo demás. Mejor dicho, para todo lo demás, no tengo huevos.
Si me encuentro vacío de mí mismo, busco llenarme con cualquier cosa; aunque todo deseo cumplido deja de ser deseo, y la gloria dura poco. Pero hay algo que todos buscamos, tener más. ¿Por qué pedir cosas que no pueden pasar? Nadie está obligado a conseguir lo imposible. Lo bueno es que así se llega a la oscuridad, y en ella está la luz.
Ya no quiero que me den paz, eso es cosa mía; pero que no me la quiten. Veo a la gente, y a mí también, defendiendo una idea, digamos un valor; en un empecinamiento frenético de un mal destino solo para evitar que algo muera y no dejar que algo nazca. Todo es excéntrico y esperpéntico, así de vulgar, sin ningún pulimiento, ni siquiera un retoque. Entiendo que cuando uno no es, se finge y que eso es miseria. Así que he decidió no detenerme más en pecados veniales y solo atender los capitales, principalmente la soberbia. No quiero vínculos desvinculados ni pagar para que parezca. Pero más que desprendimiento material, quiero aceptar la levedad y depender solo de lo que tenga corazón.
Toma tiempo conmoverse y ser empático, especialmente si no se confía en uno mismo. De eso se trata acompañar a los niños en su desarrollo, de ayudarles a confiar en ellos, cuando son apenas unos tepocates.