El pasado mes de marzo estableció el récord nacional en cuanto al envío de remesas que hacen los migrantes que se han jugado la vida para ir a trabajar a Estados Unidos y ganar lo suficiente para sostener a sus familiares que quedaron aquí. La cifra fue de $1,285,600,000, que equivalen a casi diez mil millones de quetzales y justamente por ese incremento en los envíos es que la proyección de nuestro crecimiento económico ha sido ajustada por las entidades internacionales y se estima que este año tendremos un incremento de 4.5%, cifra que supera el estimado de 3 por ciento que había hecho el Banco de Guatemala.
Las remesas superan a las exportaciones de cualquier producto y son la principal fuente de ingresos de nuestro país, donde la economía se mantiene gracias a lo que puede gastar la gente que disfruta de ese respaldo de aquellos que dejaron a sus familias para irse a partir el alma, realizando los trabajos más duros, en Estados Unidos, demostrando la absoluta falacia en aquella tesis tantas veces repetida de que la pobreza entre nuestra gente es producto de la haraganería. El tortazo a quienes así piensan y pensaron es tremendo porque el chapín más pobre ha demostrado su enorme capacidad de trabajo, de generar dinero y que la diferencia es que allá encuentran oportunidades que aquí no existen.
Y no deja de ser una muy cruel paradoja que la gente que ha sido forzada a migrar por la ausencia de oportunidades en su tierra, sea la que termina manteniendo la economía en nuestro país. El comercio se mueve al ritmo de las remesas y muchos de los que, por andar acumulando privilegios para sí, contribuyen a que subsistan las condiciones de miseria que afectan a tantas personas, logran obtener más ganancias precisamente porque esas remesas, generadas con sangre, sudor y lágrimas, son las que terminan moviendo sus máquinas registradoras.
El comercio en general en Guatemala sería paupérrimo si no existieran las remesas y eso lo sabemos todos. En cambio, prospera y crece, como nuestra economía, gracias al empuje que nos viene mes a mes con el envío de esos recursos. Y no reparamos en el sacrificio que hay detrás de cada dólar que entra, puesto que quienes lo generan no sólo dejaron a sus familiares más queridos acá, sino que además corrieron riesgos tremendos en el trayecto y luego tienen que hacer los trabajos más duros, los que los mismos ciudadanos norteamericanos no quieren hacer. Por ello alentar la pobreza termina siendo un grande y bonito negocio.