Juan José Narciso Chúa
El Triángulo Norte de Centroamérica ha venido cobrando importancia en el planteamiento de la política exterior de Estados Unidos y no necesariamente por su condición estratégica o por su potencial económico, sino contrariamente su importancia geopolítica se centra en una gran debilidad interna en cada uno de los países: la incapacidad de generar oportunidades y empleo para la gran mayoría de su población.
Y esa generación de oportunidades y empleo, constituye el final de una cadena de carencias que pasan por la ausencia del Estado en las áreas rurales, la escasa capacidad de articular proyectos de inversión que efectivamente incidan y mejoren el tejido social de las zonas rurales, así como las grandes desigualdades existentes en estos espacios que se caracterizan por pobreza y pobreza extrema, una enorme cantidad de personas viviendo bajo el flagelo de la desnutrición e insuficiencia de educación y salud.
Las enormes desigualdades entre la población de la ciudad y el campo y la de los centros urbanos departamentales y los municipios y aldeas, también es enorme, con lo cual se viven realidades distintas pero igual las personas sobreviven con lo mínimo, viviendo en la informalidad permanente, pescando poco, sembrando otro tanto, comprando y vendiendo en exiguas cantidades, juntando leña todos los días, recibiendo remesas para comer, vestirse y educarse exiguamente y ver al médico eventualmente, en fin, un conjunto de ocupaciones propias de la lucha por sobrevivir.
Ante esta acumulación de desigualdades sociales y económicas y ante la falta de respuesta de un Estado dedicado a propiciar la corrupción permanentemente para asegurarse enormes fortunas para con ello las élites puedan mantener sus privilegios, las enormes privaciones de jóvenes sin futuro, de niñas sin porvenir, de padres que luchan pero no salen de sus privaciones y el hambre, la migración resulta ser una salida lógica, buscando encontrar en Estados Unidos, esa oportunidad que se les ha negado dolorosamente en su patria.
Sin embargo, la migración se ha convertido en una aventura con enormes riesgos, en donde ya no se trata únicamente del peligro del coyote, sino que el tránsito de migrantes del Triángulo Norte, se ha cubierto de peligros que guardan relación con el crimen organizado, el narcotráfico, la extorsión e incluso la criminalidad misma de instituciones del Estado en México y Estados Unidos.
Los gobernantes del Triángulo Norte, hoy guardan ciertas características comunes, principalmente el de Honduras y Guatemala. El primero, en su mandato bajo una reelección cuestionada e ilegal, pero caracterizado por su vinculación con el narcotráfico y la corrupción. En el caso del nuestro, la corrupción se convirtió en el eje de su gestión, con la incorporación de personajes oscuros como militares y ex funcionarios de Gobiernos corruptos que únicamente saben hacer lo de siempre, convertirse en alfiles de negocios ilícitos.
El Presidente de El Salvador, posiblemente sea un tanto distinto. Parece convertirse en un líder que busca transformaciones profundas, pero las formas han sido su hándicap. Ha provocado serios enfrentamientos entre poderes, ha provocado crisis de legitimidad.
La presión que ejercen desde el Capitolio y la Casa Blanca en la actualidad parece que reconocen la profundidad y los impactos de la corrupción, así como distinguen a las élites voraces y los funcionarios corruptos como la esencia de un fenómeno que deteriora el tejido social de los países del Triángulo Norte, provocando el movimiento de migración hacia Estados Unidos, lo cual conduce a una crisis de seguridad en aquel país, así como a una crisis humanitaria por los niños no acompañados o de las familias destruidas.
Parece que vienen nuevos tiempos, ojalá la articulación de programas diseñados para tal fin, no termine encallando por falta de información y termine siendo devorado por esas élites voraces y esos políticos corruptos, que continúan con juerga del poder inacabable, según ellos.