Eduardo Blandón
La Semana Santa es una oportunidad privilegiada para revisar nuestras vidas en busca de ajustes para el crecimiento personal. El frenesí cotidiano no lo permite por las decisiones precipitadas a la que nos condena la urgencia. A veces no es nuestra mala levadura, no son las caídas fruto de la voluntad torcida, sino del error por las prisas circunstanciales.
Aprovechar el contexto de relajamiento, al menos los que tenemos esa suerte, es un imperativo de beneficio personal. Recalibrar para reorientar en busca de situarnos por el camino trazado según nuestras aspiraciones: la felicidad. Porque suponemos que tenemos claridad en el propósito último de nuestras empresas, la afirmación de actos que conduzcan a una vida digna de resultados fecundos también para los demás.
El algún momento, sin embargo, echamos a perder el tiempo sagrado, quizá por rebeldía o por desligarnos de la comunidad cristiana de la que nos sentimos disidentes. Así, racionalizamos el efecto de nuestras emociones para justificar una ira aupada por la mala prensa que ama el morbo y se solaza en la desventura humana.
Esa pérdida, producto de la irracionalidad, ha hecho de nosotros sujetos planos, sin ningún horizonte ultramundano, perdiéndonos así la riqueza de lo espiritual. Por ello nuestra realidad es la contingencia que nos obliga a vivir según las ventajas del presente. Autoexpulsados del paraíso por presunta comodidad, orondos por sentirnos especialmente inteligentes, renunciamos al océano para solazarnos en pequeños charcos.
No me refiero al retorno a la confesionalidad religiosa, aunque no la excluyo, sino a la revalorización de las posibilidades espirituales que nos conduzcan a una vivencia alternativa. Una suerte de praxis que geste personas plenas, generadoras de vida y conducta virtuosa. No conforme a la narrativa conocida por la mayoría, sino a la asunción de un discurso más amplio.
Para lograrlo es necesario el silencio, el retiro, la reflexión y la tranquilidad del espíritu, que aporta la Semana Santa. De eso se trata mi texto, la invitación cordial al sosiego que nos dé mejores opciones en una vida frenética privada de emociones y decisiones presurosas.
Estos días de descanso son un lujo que no debemos mal gastar. Cabe el despilfarro, tirarse al sofá o atracarse de Netflix, pero eso al ser más de lo mismo produce los resultados conocidos. Una nueva actitud puede hacer la diferencia que ayude a retomar el control de nuestras vidas. Para eso debemos operar según la filosofía que cede el espacio a la meditación, el sigilo y el examen de conciencia.