Alfonso Mata
La analogía entre cuerpo y sociedad persigue el mismo fin: una comunidad orgánica. En el cuerpo la ley la pone el cerebro con el fin de mantener unidas a todas sus partes. En la sociedad su gobierno. El fluido del cuerpo es el trabajo de sus nervios; en el cuerpo social la producción y distribución de bienes. La energía funcional del cuerpo es química y eléctrica, manejada por las leyes y principios del funcionamiento fisiológico y social, y a la sociedad también la maneja una energía, que es el actuar de sus ciudadanos a través de leyes y principios sociales, y la calidad de salud de sus miembros. Cuando en uno y otro caso se altera el fin: ruptura de democracia, equidad, igualdad y libertad eso tiene un costo: la enfermedad. Los dos sistemas se iluminan mutuamente. Además, como lo han demostrado varios, las nociones de estructura, circulación y equilibrio, ofrecen correspondencias sorprendentes entre las concepciones del cuerpo humano y del cuerpo social.
Gracias al progreso de la medicina, cada vez más el hombre ambiciona una sociedad libre de todos los males. Pero ello solo puede lograrse, si la sociedad se convierte en un caldo de cultivo sobre el que pueden desarrollarse nociones como lo normal y lo patológico, tanto en su acepción individual como social.
Cualquier sociedad, sea cual sea el sistema político que adopte, se construye, se organiza y se desarrolla, de acuerdo con elementos fundamentales que se encuentran en todas las formas de vida social y que son resumidos en su Constitución. Cuando esta necesita de interpretación, está mal construida. Cuando esta permite la exclusión, genera sociedades enfermas y una epidemia que resulta en un mal sin cura: es moral en sus orígenes y moral en su daño y en su práctica llena de incumplimientos y violaciones, y cuando eso se reproduce como un estado morboso, da lugar a una tradición que extiende su actuar en todos los espacios de las relaciones humanas: en el hogar, en el trabajo, en la vida social e incluso contra la naturaleza y en todos esos niveles de la acción humana, se revela el mismo hecho en todo su alcance: formas concretas de las relaciones de subordinación, que expresan la jerarquía del ser humano definida por su exclusión que tiende a desarrollar vivir unos a expensas de otros, peor aún, a la explotación.
Un ejército de excluidos desde su niñez, jamás podrá desarrollar su potencial corporal y humano. Eso genera un ciudadano de segunda o excluido y eso se ha venido estructurando históricamente como producto de nuestra forma de gobernar y ser gobernados, y constantemente ha reivindicando el monopolio de la relación emocional y material de unos sobre otros, estableciendo hábitos, gustos, necesidades distintas de las estrictamente demandado para un adecuado desarrollo humano.
En definitiva, el cuerpo separado del alma, el yo del otro, establece en ambos, usurpador y usurpado, caminos de ascenso reales o ilusorios, que propician con ello, una enfermedad de ideales, nutriendo así identidades enfermizas que tienen como espacio, una movilidad vertical desde que se nace hasta que se muere, con inmovilidad de formas a lo largo del tiempo. Todo ello lleva al caos. Al incumplimiento de normas sociales de todo tipo como lo muestra la prensa diaria, acompañado de exclusión, lo que explica, un vivir nacional de rompimiento de reglas, con el fin de subir peldaños dentro del funcionamiento social.