Cada vez que se abordan ciertos temas en el pleno, el Congreso y la PNC se blindan ante la posible llegada de manifestantes. Foto La Hora

En medio de la pandemia se ha relajado notablemente el respeto a la Constitución de la República en temas relacionados con el legítimo ejercicio de derechos. Por razones sanitarias se establecen limitaciones y hasta los Alcaldes pueden decidir sobre la posibilidad de ir a determinados lugares, especialmente playas, de acuerdo a sus particulares criterios pero pasamos todos por alto que se carece de los fundamentos legales para establecer limitaciones que puedan afectar el derecho a hacer lo que la ley no prohíbe. Y decimos fundamentos legales porque las disposiciones que se adopten tienen que tener fundamento no en acuerdos gubernativos o ministeriales, sino en leyes debidamente sancionadas.

Pero el caso que más nos debe preocupar es el precedente que se ha sentado de que cada vez que se reúne el Congreso de la República para realizar sesiones plenarias, la Junta Directiva solicita a la Policía Nacional Civil el establecimiento de cordones policiales que no permiten que nadie se acerque al llamado Palacio Legislativo que alberga a la que debiera ser la representación nacional que, por lo visto, se muestra temerosa de ese mismo pueblo al que dicen representar.

Todo ello no obstante que cuando ocurrió la última manifestación en la Plaza Central, el Congreso fue rodeado por policías y en esas condiciones se produjo el misterioso ataque e incendio que el Ministerio Público “sigue investigando” al paso lento al que nos tiene acostumbrados cuando resulta que los implicados pueden ser parte de los que conforman el tristemente célebre Pacto de Corruptos. Ese cerco policial inclusive sirvió para que jefes policiales impidieran que los bomberos llegaran rápidamente a apagar el fuego que serviría para justificar la brutal represión contra los manifestantes.

Los alrededores del Palacio Legislativo y las calles del sector no tienen por qué quedar aislados por cercos policiales que se imponen los martes, miércoles y jueves, días en que se dignan trabajar los diputados. Si nos atenemos a que, como reza el sabio refrán popular, el que nada debe nada teme, ¿por qué los diputados se muestran tan temerosos? El pueblo interpretará por qué.

Redacción La Hora

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