Pabloski Vlad (pseudónimo)
Estudiante, historiador aficionado y amante de la filosofía
Es una cosa que se toma como verdad, un hecho, casi un dogma, el pensar que un ciudadano debe de oponerse vehementemente a la corrupción y se da a entender que esta es nuestra obligación. ¿Cuántas veces, sin embargo, nos cuestionamos la razón de esta posición? ¿Quién es ese ciudadano? ¿Qué es la corrupción? Y quizá más importante: ¿Por qué debemos oponernos a la corrupción?
Al analizar al ciudadano, lo más importante es empezar por el Estado. Después de todo, cómo puede el ciudadano: una “persona considerada activa en un Estado” existir, sin un Estado. La teoría que, a mi parecer, es la que establece el concepto mejor es la de un contrato social. Hay dos cosas que motivan a las personas a hacer cosas: su propia voluntad y el miedo. El deseo de cooperar con otros para conseguir mejores cosas y el miedo de ser agredido por otros crea entonces la motivación de pactar de una forma no escrita un tratado. Es a partir de este tratado (o contrato) que la sociedad se crea y en base a la cual se construye un gobierno o lo que hoy en día conocemos como Estado. Al ser el ciudadano parte del contrato, es tanto su derecho como su obligación el hacer que se mantenga y es por eso que todo aquel que forma parte de un Estado debe de tomar parte.
¿Qué es entonces la corrupción? Fundamentalmente, esta es la tergiversación del contenido del contrato original (mutua cooperación y defensa del ser). Existen diferentes formas en las que la corrupción se manifiesta. Usualmente, en nuestro hermoso país y en general en nuestra región latinoamericana, en lo que más nos enfocamos es en el dinero y como este se destina a personas y usos distintos a su sentido original. Para temas de practicidad, me quedaré dentro de esta definición (pero es importante saber que bajo este análisis una dictadura podría ser considerada también una forma de corrupción).
Vivimos en un mundo donde el capital es poder y en una región donde este escasea, el capital trasciende a un Estado de poder puro, donde aquel que lo tiene es todopoderoso. Esto significa que, los principios de una democracia, en la cual el poder viene del pueblo, realmente no existen y ese poder proviene realmente del dinero, es decir una plutocracia.
Bajo esta constelación, la sociedad latinoamericana es más bien una plutocracia corrupta, bajo la cual el pueblo cree participar, pero en la que no tiene decisión. No es nada más que un engaño, una mentira, opio para el pueblo que piensa que tiene el poder. No es nada más que una ilusión, un sueño.
¿Por qué pelear entonces? ¿Por qué debemos oponernos a la corrupción? Es una simple razón. Porque por más que nos cueste, por más que nos duela, debemos luchar por tener esa sociedad. Si al final el sentido de la sociedad es el de protegernos y el de darnos oportunidades para desarrollarnos en paz, entonces un gobierno que no lo hace es contrario al pacto social, y sus representantes no solo atentan contra el Estado, sino contra nosotros mismos directamente. Solo al oponernos y actuando sin corrupción, podemos cambiar a la sociedad, porque la sociedad no la hace el gobierno, sino que el gobierno se hace del pueblo. El poder viene en verdad del pueblo, y cuando el pueblo cambie, cambiará el mundo. Como dice la canción: ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!