Algunos directores de hospitales nacionales expresaron ayer su preocupación por lo que ven como el aumento de casos de Covid-19 en Guatemala, situación que atribuyen a un relajamiento de las medidas de mitigación que se han impuesto, entre ellas el uso de mascarilla, la distancia social e higiene, puesto que cada día más gente participa en reuniones sin guardar distancia y quitándose la mascarilla. Y eso ocurre porque la gente muestra cansancio y porque se siente que con la esperanza de una vacuna el virus empieza a ceder.
Veámonos en el espejo de Italia y de muchos países de Europa en donde se habla de una Tercera Ola que, en el caso italiano, ya obligó al encierro total en algunas ciudades, entre ellas Roma. Y eso que allá los programas de vacunación van mucho más avanzados que en esta parte del mundo y aún en Estados Unidos, país donde más personas por millón de habitantes se han vacunado, las autoridades claman pidiendo mantener las medidas y no relajarse, sobre todo en el inicio de la primavera.
En Guatemala la vacuna es todavía una acariciada aspiración que está muy lejos de materializarse para la población en general. No sólo porque no hemos sido capaces de adquirirla, sino porque el Ministerio de Salud ha demostrado que persiste la misma incapacidad que hubo bajo la dirección del ministro anterior. Y es que hay que entender que el problema va más allá de las personas porque es resultado de un sistema podrido que impide la realización de trabajos efectivos porque todo está diseñado para el negocio y no para el servicio a la gente.
Ante la proximidad de la Semana Santa y el evidente relajamiento de las medidas, tenemos que recordar a nuestros lectores que estamos muy lejos de lograr inmunidad de rebaño y que la presencia en el mundo de variantes del Covid-19 que son mucho más contagiosas no se detendrá en las fronteras de Guatemala. Se trata de mutaciones del virus que son mucho más eficaces para el contagio y en muchos casos provocando complicaciones más difíciles de controlar.
Aquí nunca tendremos otro encierro total como está ocurriendo en Italia pero el costo puede ser muy alto, no sólo en vidas humanas sino también en el retroceso de la actividad económica derivado de una nueva ola de contagios que provoque en la población la adopción de medidas más severas de autoprotección. La incapacidad para vacunarnos nos debe hacer más cautos pero la actitud ciudadana parece ir en otra dirección, lo cual puede ser fatal.