Siempre he pensado en la sabiduría de la frase de Jesús que reclamaba a los hipócritas ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio y eso viene al dedo cuando ahora leo algunos comentaristas guatemaltecos escandalizados por lo que pasó en El Salvador, donde en elecciones que nadie ha tachado el gobierno se hizo con el control del Congreso, lo que, según las críticas, le permitirá cooptar todas las instituciones del Estado, ¡Incluyendo las Cortes!, lo que dará a Bukele la capacidad de hacer lo que le venga en gana. Y se rasgan las vestiduras diciendo que ello pone en peligro la subsistencia de la democracia en el vecino país.
¿Será que realmente no ven la viga en el propio ojo? Aquí, sin una elección que les diera ese poder, mediante acuerdos y pactos oscuros en los que participan políticos y los dueños del país, tienen exactamente ese control que les para el pelo en el caso de Bukele y todo porque en El Salvador fue la gente la que decidió darle al Presidente ese control, mientras que aquí simplemente se lo arrebataron al pueblo mediante un tenebroso pacto que no pretende otra cosa que asegurar la impunidad.
Por supuesto que la democracia en El Salvador puede estar en peligro si Bukele piensa usar ese enorme poder que obtuvo en las urnas para reelegirse (como es muy probable) y para gobernar sólo pensando en hacer negocios para su beneficio y olvidarse del pueblo, dejándolo que siga emigrando para encontrar en otros lados las oportunidades que su país les niega. Pero cómo jodidos pueden todavía hablar de que aquí, gracias a Dios, disponemos de un sistema de pesos y contrapesos cuando todo, absolutamente todo, está sometido no a los caprichos de un individuo sino a la ambición desmedida de un grupo de pícaros que se sabe una y mil formas de exprimir al erario para que todo el dinero público termine en sus barriles sin fondo.
¿Cómo puede un guatemalteco o una guatemalteca, decentemente, exclamar tanta preocupación por lo que puede pasar en El Salvador sin decir ni pío sobre lo que ya está ocurriendo aquí? Aquí desde el proceso iniciado en el 2015 con los casos de corrupción que destapó la Comisión Internacional Contra la Corrupción y el Ministerio Público, la maquinaria política y económica se puso a hacer sus deberes. Primero cooptaron al MP con Porras para luego iniciar la expulsión de la CICIG con el apoyo de Trump, gestionado no sólo por el gobierno sino por enormes flujos no de migrantes sino de poderosos personajes que hicieron lobby en Estados Unidos para asegurar el respaldo de Washington.
Y el Pacto que dirigió Morales lo heredó intacto Giammattei quien lo ha fortalecido y ahora hasta el último vestigio que teníamos de Estado de Derecho cayó en manos del Pacto que goza del sólido respaldo de la élite del país, al punto de que lo que en El Salvador es un riesgo, aquí es una realidad porque todo el Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Corte de Constitucionalidad, Tribunal Supremo Electoral, MP y Contraloría) baila al son de la Dictadura de la Corrupción. Un son que el pueblo, mansito terminó aceptando.