Si de verdad se viviera en Guatemala una confrontación ideológica el problema no sería tan serio porque está visto que, como ocurrió con los Acuerdos de Paz, es posible alcanzar entendidos básicos si se antepone el interés nacional. En el caso presente estamos seguros que los guatemaltecos de derecha o de izquierda podrían ponerse de acuerdo respecto al origen de los males que nos afectan y trabajar para modificar un sistema que fue maliciosamente pervertido por las mafias para exprimir el erario en su beneficio dejando atrás a población necesitada.
En cambio, donde no se pueden alcanzar acuerdos es entre los corruptos y los honrados porque no hay forma de que los primeros dejen de hacer lo que hacen, que se ha convertido en su medio de vida, y los segundos no pueden aceptar que sigan saqueando al país ni deben ceder en la exigencia de un gobierno transparente.
Negociar implica ceder y ambas partes tienen que tener la disposición a hacerlo. En temas ideológicos, por radicales que puedan ser las posturas, puede haber puntos de encuentro que facilitan no sólo el diálogo sino los acuerdos. Aún entre los más radicales marxistas y los conservadores más fanáticos, al poner los asuntos nacionales en la balanza pueden ceder cuando entienden que de nada sirven sus ideas si el sistema no les permite ni siquiera un debate al respecto porque el acceso al poder está limitado a los que se han comprometido con la corrupción y la impunidad.
En cambio con la corrupción no puede haber concesiones porque no se vale aquello de la familiar de Cerezo que le dijo que robara pero “solo un poquito”. En temas de decencia y honestidad no hay medias tintas ni se puede ser medio honesto o medio decente. Simplemente se es o no se es y en eso no cabe vuelta de hoja. Los pícaros no pueden hacer concesiones y la gente honrada no puede transigir en busca de acuerdos, porque los mismos serían contrarios a principios y valores que no son negociables.
Tristemente lo expuesto por Arzú sobre que lo que vivimos es un problema ideológico no es cierto porque si así fuera habría espacio para el diálogo. Lo que vivimos es una lucha entre los corruptos y los decentes y en eso sí que no hay forma de alcanzar acuerdos. El gran acuerdo de país tiene que ser rescatar a las instituciones de la corrupción y luego, cuando prevalezcan otras reglas de juego, entrar al debate ideológico en el marco de una democracia.