Valeria Jerez Rohrmoser
Cuando personas me preguntan en Alemania sobre Guatemala me resulta muy difícil empezar a contar sobre otros aspectos si no es más que empezar a hablar sobre corrupción, inseguridad, pobreza y falta de políticas públicas.
Siempre es una lucha interna muy difícil de equilibrar: por un lado, me encantaría en un mundo ideal (y estoy segura que para muchos también) contar de cómo Guatemala es un país que salió adelante y se movilizó para combatir la corrupción y reducir la pobreza. Pero por otro lado, no puedo intentar tapar el sol con un dedo y contar sobre Guatemala sin mencionar los problemas principales que llevan truncando un eventual y posible desarrollo del país.
Y así es, cuesta mucho lograr describir Guatemala sin nombrar todos esto que lleva años acumulándose y solo parece hundirnos más como nación y sociedad. Si intento describirlo de otras formas, me surgen nuevas dudas: ¿Qué y quiénes somos como país? ¿Nos definen los problemas existentes, resultados de gobiernos pasados incompetentes y corruptos? ¿Puede ser Guatemala definida por algo más que el pobre manejo de la mayoría de políticos y gobernantes? ¿Qué define entonces a un país?
Me parece que las respuestas varían. Porque cada quien interpreta su realidad de diferente forma y saca sus conclusiones desde sus propias circunstancias. Y es allí quizás donde radica el problema: cada realidad es una burbuja que está lista para estallar en cualquier momento. Porque independiente de la persona y sus circunstancias, la cruda realidad no hace ninguna diferencia y se evidencia por sí misma. Se evidencia a través de las políticas públicas pobres y casi inexistentes. A través de más de la mitad de la población viviendo en pobreza extrema, y un grupo de gobernantes que parece interesarse más en llenarse los bolsillos que en proponer proyectos a mediano y largo plazo. En proponer proyectos que busquen erradicar los problemas verdaderos y tratarlos desde la raíz, y no solo a un corto plazo. También se evidencia a través de la extrema corrupción, de la normalización de ver niños trabajando en lugar de ir a estudiar, de verlos pedir limosna en los semáforos mientas otros políticos buscan modificar las leyes a su antojo y acumular la mayor cantidad de dinero y bienes posibles.
Definitivamente, y en lo personal, me resulta muy difícil hablar de mi país sin mencionar la cruda realidad que no podemos ignorar y que cada día representa un paso hacia atrás en relación a un posible y eventual avance a nivel social, económico y sobre todo, humano. Porque todos los habitantes de Guatemala merecen un trato digno y una vida digna, sin importar la región, el género, la religión u orientación sexual.
Y sí, hoy en día Guatemala es definida y descrita por sus mil y un problemas pero eso puede cambiar. Y el transcurso del cambio solo lo podemos elegir nosotros al elegir valores como honestidad y transparencia durante la lucha contra problemas de raíz, tales como sistemas y proyectos políticos que no funcionan ni aportan nada.
Es posible encontrar nuevas formas de diálogo y organización civil no violenta, que ojalá sean nuevas características que nos logren definir como país y como sociedad. Y así, eventualmente, podríamos lograr redefinir nuestro país bajo el siguiente lema: que Guatemala no logró salir adelante por el gobierno y sus políticos, si no a pesar de ellos.