Alfonso Mata
Es interesante y deprimente como una pandemia provoca otras pandemias: laboral, económica y psicosocial. Los psicólogos se preocupan que se esté desencadenando una epidemia de soledad y de violencia a la vez, tal como lo muestran los medios. En el caso de los jóvenes, algunas encuestas han mostrado cómo uno de cada tres reporta sentirse solo y a eso se suman con porcentajes más altos, los desórdenes de ansiedad y depresión. Probablemente en nuestro medio, esas cifras sean menores, ya que no se ha dado un cumplimiento correcto de las medidas de distanciamiento social, especialmente por este grupo de edad.
De igual importancia resulta considerar la escalada de violencia que se ha desatado “centenas de muertos, secuestros, desapariciones abusos, especialmente contra mujeres”. Pareciera que las normas de la relación y los tipos de conducta se rompieron aún más durante el distanciamiento social.
Lo que parece mostrarnos todo esto es que carecemos de conexiones e instrumentos, con los cuales poder colocar barreras contra la soledad y el distanciamiento. Los estudiantes en sus hogares, pueden tener dificultades para adaptarse, sentir nostalgia y experimentar desamparo, al estar desconectados de importantes grupos sociales y relaciones con otros, que no pueden substituir por las familiares, pues en muchos de los hogares, la violencia es pan nuestro de cada día. Los jóvenes y adultos suelen tomar decisiones críticas sobre sus vidas y relaciones profesionales y personales. El distanciamiento puede aumentar el estrés ante ello y una sensación de un vacío social que no se preocupa por nadie.
Por otro lado, el vandalismo social tampoco se da solo; es una muestra clara de una densa red de relaciones entre los delincuentes y la población, interpretables como síntomas de prudencia, temor, ansiedad para unos y de oportunidad por los otros, sucediendo bajo el amparo y tolerancia de un sistema político, de igual forma lleno de corruptos, desde los municipios y sus dirigentes hasta el nivel central, que buscan la manera de enriquecerse y adquirir poder, formando el sistema político otra red para causar estragos más que beneficios y protección. De tal manera que podemos decir que esas dos redes delincuenciales: el Estado, la de la sociedad; la inestabilidad de hogares suman, y bajo ello, la práctica de la autodefensa fracasa, pues la delincuencia posee mejores armas y no se puede establecer equilibrio entre potencias.
Los psicólogos argumentan que eliminar soledad y violencia requiere una infraestructura social sólida. Las escuelas pueden ser puntos importantes de intervención, los maestros pueden ser capacitados y facilitar el apoyo social y conectarlo entre los suyos. Las escuelas secundarias, universidades son unidades que debería enfocar sus pénsum en parte a la lucha contra esos problemas.
En el otro aspecto, el monopolio estatal de lucha contra la corrupción y la violencia es solo teórico. En la práctica lo que existe, es una invitación a la vigilancia armada y grupal, que lo que ha venido a reproducir es una pluralidad de fuentes de poder que alimentan la delincuencia social y política y cuya legitimidad depende también del uso de la violencia. Bajo esas circunstancias, la idea de la soberanía de la ley tiene dificultad para afirmarse en contra de la difusión de todas esas fuerzas. Resultado: Un pueblo que espera su libertad de parte de los criminales, es un pueblo de siervos natos.