Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

“¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú”… Ciertamente, indagar en el significado de la palabra poesía puede resultar a veces complicado, más allá de las definiciones eruditas que sin duda existen en todos lados y que podrían extenderse en argumentos de diversa índole explicando la cuestión; o quizá, caso contrario, definiciones que más bien podrían verse influenciadas por el sentimiento o la emoción del momento intentando brindar una acertada o satisfactoria respuesta. La verdad es que, quién sabe. Yo no pretendo hacer cosa tal ni mucho menos en esta ocasión, honestamente no podría. Sin embargo, quiero aprovechar este espacio que, aunque no trata de poesía propiamente, me sirve como vehículo para compartir parte del breve episodio en el que me vi gratamente inmerso el pasado sábado en una maravillosa y acogedora terraza frente al parque Isabel la Católica, en la frontera de las zonas 1 y 2 de esta singular ciudad de Guatemala. Alaire se llama el sitio, un escenario más que perfecto para que confluyera esa tarde-noche un grupo de seguidores de ese género literario que en su día abrazaron personajes como el Bécquer de los años 1800 que hoy, aparentemente de manera sumamente sencilla, responde la pregunta de entrada: ¿Qué es poesía? En Alaire se dieron cita voces y plumas que ocioso sería describir, no por falta de merecimiento sino por falta de palabras que expresen de mejor manera esa mezcla fabulosa de emociones y a veces reflexiones que tan sólo puede experimentarse al escuchar la poesía en voz del propio autor. Carolina Escobar Sarti; Angélica Quiñónez; Alina Kummerfeldt y Laura Arévalo, son algunos de los nombres que desfilaron por la tarima deleitando a los presentes con su poesía y su gentil presencia. Hubo letras para todos los gustos, ciertamente. Un espectáculo al que asistió (dicho sea de paso) bastante gente joven (la mayoría, me atrevería a decir), seres humanos que demuestran, con su sola presencia, la existencia de esa vorágine de mundos y emociones que a veces puede hacer confluir, en unos pocos versos, la poesía. Celebro la existencia de espacios como Alaire; celebro la asistencia de quienes estuvieron presentes; los aplausos que escuché; las voces y los comentarios que hubo. Pero sobre todo, celebro que exista eso que aún no puedo definir porque sencillamente no encuentro todavía las palabras: poesía. Estoy más que agradecido por la invitación de la que fui objeto, por la charla y los momentos compartidos, y hasta por el viento frío que soplaba cadencioso por entre las historias de aquella terraza que observa parte de la ciudad, como dije, en la frontera de las zonas 1 y 2, de esta singular capital.

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