Napoleón Barrientos

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Guatemalteco, originario de Alta Verapaz, forjado bajo los principios de disciplina, objetividad y amor a la patria; defensor del estado de derecho, de los principios de la democracia, con experiencia en administración pública, seguridad y liderazgo de unidades interinstitucionales.

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David Barrientos

Las personas generalmente logramos adaptarnos con el tiempo a las situaciones traumáticas, que cambian dramáticamente nuestras vidas y desarrollamos capacidades para superar adversidades; aunque este proceso normalmente requiere tiempo y esfuerzo para algunos más que para otros. La resiliencia comunitaria o en sociedad se muestra como la capacidad de superar traumas de diferente índole en colectividad; la actual pandemia provocada por la propagación del COVID-19 constituyó una prueba global de tal capacidad; los diferentes modelos socioeconómicos, políticos y administrativos, han expuesto sus fortalezas y debilidades, principalmente de sus sistemas sanitarios y de los servicios sociales con tentativas de centralización e invasión de capacidades institucionales.

Enfrentar esta adversidad sanitaria global mostró que debemos estar preparados primero para resistir; la segunda fase se debe caracterizar por adaptarnos a una realidad difícil de modificar, al parecer estamos saliendo de esta fase, y por último se hace referencia a la reconstrucción para volver a crecer, idealmente “no” retomar la situación anterior. Ello supone una serie de dificultades convertidas en oportunidades susceptibles de ser fomentadas desde los hogares, la sociedad y las instituciones, de tal suerte que propicie una nueva gobernanza, lo que requiere visión y compromiso que permita progresivamente modificar la cultura, sustentada en el diálogo, la negociación y los acuerdos como una novedosa manera de concebir la acción particular, privada y pública.

Centroamérica y el Caribe han tenido que soportar además de la pandemia COVID, una serie de efectos de fenómenos naturales que nos muestran lo importante de ser resilientes, vivir en una región vulnerable a los efectos de la fuerza de la naturaleza nos debe hacer resilientes por ubicación y cambio climático. Además, debemos cambiar las brechas de desigualdad como una condición fundamental para el desarrollo social, reto que llama a una renovada conversación entre el Estado, mercado y sociedad. La resiliencia debe estar presente en la academia, en las decisiones de infraestructura, en los asuntos de familia, en asuntos de Estado, en las relaciones regionales. Lo primero que debemos propiciar es que las comunidades conozcan e interpreten sus condiciones de riesgo, esto ayuda a contemplar acciones particulares que capaciten a la población para generar fortalezas locales que sin duda existen, es allí donde la acción pública juega un papel clave para la creación de comunidades resilientes.

El año 2020 ha sido una prueba para Centroamérica, la pandemia pasará, pero la amenaza de nuevos desafíos sanitarios, o efectos de fenómenos naturales estarán acechando las vidas de los seres humanos, lo menos que debemos hacer es retomar el ritmo de la vida antes del año 2020; hemos sido solidarios, estamos siendo resilientes; sin embargo, los efectos del cambio climático o el surgimiento de epidemias estará acechando nuestras vidas, debemos prepararnos para lo peor, esperando que no pase.
Es mejor tener un plan, aunque no sea el perfecto, no planificar puede significar el caos social. En cada comunidad, municipio, región, país, continente, hay amenazas y vulnerabilidades, identificarlas es el primer paso para ver al futuro con esperanza, ignorarlas es tremendamente irresponsable y egoísta.

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