Imagen ilustrativa. Guatemala ha arrastrado durante décadas las dificultades de la desnutrición. La Hora/SESAN

Los crímenes cometidos contra las niñas en los últimos días han provocado indignación, tanta que hasta el mismo Presidente reaccionó clamando nada más y nada menos que por la pena de muerte que, a su juicio, es el remedio para esos asesinatos que se vienen cometiendo, como si tuviéramos (y él hubiera ayudado a tenerlo) un eficiente sistema de justicia. Y es lógica la indignación porque no podemos permanecer impávidos mientras vemos esa constante que se marca mucho en casos contra la mujer de todas las edades.

Pero hay otro crimen que no conmueve a nadie. En noviembre del año pasado se publicó en el prestigioso Journal The Lancet un estudio a nivel global sobre la talla de los habitantes de prácticamente todos los países del mundo y en el caso de nuestras niñas resulta que ocupamos el último lugar entre los 193 países estudiados con un promedio de 1.49 centímetros, mientras que para nuestra población masculina el promedio es de 1.64. Y los científicos a cargo de la investigación que duró varios años y que tomó en cuenta data existente de peso y talla de 65 millones de personas, concluyen la deficiencia alimentaria es la causa esencial de ese retraso que costará mucho revertir.

La desnutrición infantil afecta a prácticamente la mitad de nuestros niños y por lo tanto no es una sorpresa esa deficiencia en el crecimiento que se hace más marcada en el caso de las mujeres. Lo que no se desarrolla en los primeros años de vida no se puede recuperar después y resulta que es el clima general de la pobreza lo que produce ese efecto. La falta de alimentación es resultado de esa pobreza que no sólo se refleja en la falta de alimentos sobre las mesas sino también en la falta de educación formal porque las niñas, futuras madres, no pueden aprender y conocer los nutrientes más importantes que ayudarían a provocar mejor nivel de crecimiento físico.

Ese crimen, a diferencia del asesinato, es cotidiano y, por lo visto, no indigna a nadie porque aquí no se hace absolutamente nada para ayudar a superar un problema que no es sólo sanitario sino tiene que ver con el acceso a una vida digna. No estamos hablando de quitar a nadie para darle a otros. Simplemente de que como Sociedad tenemos que hacer nuestra tarea para superar esa profunda inequidad que condena a nuestros niños y que se refleja en esa escasa talla que es característica del chapín, identificado fácilmente entre los migrantes justamente por su escasa y ya reconocida baja estatura.

Redacción La Hora

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