Por Jorge Santos
La salida de un fascista de la calidad de Donald Trump es un avance importante y un logro del pueblo estadounidense y sus organizaciones sociales y populares. Si bien no creo que un cambio en la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica signifique un cambio significativo, ni mucho menos para lo que realmente necesitamos como sociedades cada vez más concatenadas, es importante decir que hay ciertos elementos simbólicos importantes a mencionar y que nos dan la pauta de que la humanidad en su conjunto está urgida de una profunda transformación, que le sacuda e impulse a la búsqueda de otro tipo de contrato social.
El primero de esos elementos es la elección de la Vicepresidenta Kamala Harris, que sin lugar a dudas se constituyo en la balanza que modificó el voto de muchas personas; es decir votar por alguien de la continuidad del establishment o iniciar una ruta de cambio al votar por alguien de la trayectoria y vida de Harris. Ella sin lugar a dudas es todo aquello que al establishment no le agrada; no es hombre, no es blanca, no representa los intereses de las mujeres y los hombres blancos norteamericanos y si representa en mucho a las y los históricamente excluidos por el propio establishment.
Por el otro lado, en la toma de posesión del cargo, la poesía de la joven Amanda Gorman fue como el balde repleto de flores primaverales; fue sin lugar a dudas la bocanada de aire puro tan necesaria. Profunda en reivindicar a sus ancestros y en su capacidad de convocar de ver hacia el futuro y la urgente necesidad de transformarlo todo. “Siempre hay luz, sólo si somos lo suficientemente valientes para verlo. Siempre hay luz, sólo si somos los suficientemente valientes para serlo” declamaba desde la escalinata la joven mujer, valiente, capaz de ver y ser. En su mensaje, transmitió las aspiraciones de la humanidad por transformar esta sociedad global profundamente inequitativa, inhumana y destructora de su entorno.
En este país existen miles de Amandas, jóvenes poetas, artistas, activistas de derechos humanos, profesionales, luchadores y luchadoras, personas defensoras del territorio y de los recursos naturales, entre muchos y muchas que hemos visto a largo de nuestra historia. Nuestra revolución no hubiese sido lo mismo, si la misma no hubiese estado integrada por jóvenes, que imprimieron la luz de la revolución y sus posibilidades de concreción. De ahí el llamado a que hagamos la gran y profunda transformación de esta sociedad. Con las y los jóvenes, con los Pueblos Indígenas, con las mujeres, con los hombres comprometidos, con los movimientos sociales y populares, con las organizaciones campesinas y dejemos detrás a aquellos que desde la Alianza Criminal que históricamente ha ejercido el poder, ha hecho de este país una burla para satisfacer los espurios intereses de una pequeña élite económica.
Esta transformación del Estado guatemalteco y su injusto modelo económico no podrá venir de otra parte, que no sea la de las y los excluidos.