Julio García-Merlos
@jgarciamerlos
Un buen ciudadano se interesa por la vida de la comunidad, entendiendo esta como su barrio, aldea, edificio o condominio, o como su municipio o país, se preocupa por la cosa pública. Quien se involucra entiende que participará en proyectos con sus vecinos, que los tratará como sus pares y que no podrá imponer su voluntad. Eso es tener espíritu cívico y respetar el pluralismo.
Las sociedades con mayores niveles de respeto a la libertad y con los Estados de derecho más sólidos se caracterizan por un clima general de apertura a las nuevas ideas, sean empresariales, políticas, científicas o artísticas. Mientras más altos son los grados de tolerancia, más rico es el debate y mientras más se delibera se encuentran mejores alternativas para solucionar los problemas sociales.
Tristemente en la sociedad guatemalteca prevalece una mentalidad tribal, a pesar de que materialmente vivimos en ciudades y municipios cada vez más urbanizados y conectados, la mentalidad de muchos ciudadanos se ve reducida a relaciones lealtad malentendida entre aquellos con los que comparten una visión del mundo unívoca y cerrada. Solo existe la tribu y están dispuestos a pelear por ella, pero está ausente ese horizonte mayor que se conoce como visión de Estado, algunos ni si quiera tienen nociones de sano patriotismo.
Los grandes avances de la humanidad, los que gozamos hoy en día, no se hubiesen alcanzado con base en el respeto de dogmas o en entornos sociales con instituciones políticas y económicas cerradas, esas en las que no hay cabida para una opinión disidente en materia política o para el florecimiento de la creatividad empresarial, ambas, generadoras de disrupción y cambio. Para ilustrar con un ejemplo sencillo, la ciudad española de Toledo solo floreció durante la Edad Media después de las capitulaciones de fueros que emitió el rey Alfonso VI de León, cuyas normas permitieron la convivencia pacífica entre mozárabes, judíos y cristianos, estas reglas posibilitaron el esplendor que otrora tuvo esa urbe.
Quienes hemos abrazado el liberalismo como forma de vida, trasladamos sus postulados a distintas situaciones y en el caso del debate público, entendemos que al tener la libertad como presupuesto existirán opiniones con las que no estemos de acuerdo, sin embargo, estamos conscientes que debemos a convivir y trabajar con las personas que piensan diferente, porque la otra opción sería aceptar la imposición de un grupo sobre otro, que no es otra cosa que la forma más pura del autoritarismo.
Para que una nación, una empresa o un equipo saque su mayor potencial, se requiere que se abandone ese espíritu sectario que nos impide trabajar con aquel que piensa diferente, esto tampoco quiere decir que uno abandone sus principios y valores o ser condescendiente. Lo importante es definir objetivos y trabajar en las rutas para lograrlos, esto es más fácil en una sociedad abierta. Sin importar la visión política de sus ciudadanos a todos los integrantes de una sociedad les conviene que sus derechos individuales se respeten, que los jueces sean imparciales e independientes, que los recursos públicos se administren con transparencia, entre tantas otras cosas.
Yo no considero que aquel que piensa diferente sea mala persona por eso, no me creo dueño de la verdad absoluta, ni pretendo imponer mis opiniones por la fuerza. Ese mismo ánimo pretendo trasladar al debate público, una actitud cívica, liberal y pluralista que tanta falta hace en Guatemala.