Por: Adrián Zapata
Para Estados Unidos, como país y como imperio, le es fundamental destruir el trumpismo. Y también lo es para el mundo entero.
Es importante, en primer lugar, comprender la naturaleza de este fenómeno que rompió el establishment norteamericano. Aunque haya surgido en el seno del partido Republicano, tiene una expresión social de masas. Los logros coyunturales obtenidos por el gobierno hasta antes de la pandemia en relación a la economía le construyeron legitimidad ante amplios sectores sociales.
Sin embargo, terminó polarizando la sociedad estadounidense. Exacerbó el racismo que sigue predominando de manera subyacente y que durante esa administración desde la cabeza gubernamental se estimuló groseramente. La protesta social fue generalizada ante los hechos racistas cometidos por la policía. La movilización fue sorprendente, pero la despreciable supremacía blanca que ideológicamente prevalece de manera explícita o vergonzante en el grueso de la población estadounidense se fortaleció. La xenofobia también se vigorizó, al punto que la lucha contra los migrantes se convirtió en una bandera del trumpismo. El abordaje gubernamental del tema de la pandemia fue igualmente polarizante, teniendo como saldo una magnitud sorprendente de trágicos resultados en los contagios y las muertes. En términos de política interna, se impuso un estilo de gobierno que irrespetó la tradición institucional que le da estabilidad al sistema. Un caudillismo populista de derecha intentó pulverizar el molde del establishment, introduciendo la incertidumbre que es propia del ejercicio del poder desde una dimensión básicamente subjetiva. Y en las postrimerías de su mandato, Trump ha estremecido la legitimidad del régimen. El señalamiento de fraude en las elecciones hace trizas la democracia; la insurrección de los últimos días, abiertamente incitada por el Presidente, que produjo la toma del Capitolio, principal símbolo de dicha democracia, es un golpe contundente que no puede ser tolerado.
En términos de la geopolítica, los Estados Unidos vieron debilitada su hegemonía, lo cual es inaceptable desde la naturaleza propia de un poder imperial. Su repliegue de la lógica económica de la globalización para encerrarse en visiones nacionalistas cedió espacio para el avance de poderes imperiales en ascenso, como es el caso de China y, hasta cierto punto, del “renacimiento” de Rusia. Su repliegue del multilateralismo le cerró espacios de incidencia política en el mundo al perder aliados estratégicos y estimular convergencias internacionales en su contra.
A nivel mundial, el trumpismo significa un riesgo para la Humanidad, en términos de su oposición al reconocimiento del cambio climático y a la necesidad de acuerdos internacionales para mitigarlo. Y si bien este gobierno no se caracterizó por los niveles de intervencionismo propios de otras administraciones, eso no le produjo réditos políticos internacionales.
Por todo lo anterior, para los Estados Unidos es necesario destruir el trumpismo. La cantidad de votos populares obtenidos es significativa, 75 millones respaldan el movimiento “America First”. Y ese voto no es por el partido Republicano, es un voto masivo, de identificación fanática con dicho fenómeno político.
Es fundamental para los Estados Unidos recuperar el terreno perdido en la geopolítica, no retroceder en el rol que juega en la economía mundial, restablecer la gobernanza interna en el marco del establishment que permite estabilidad, superar la polarización social predominante, restablecer la legitimidad de su democracia. Para lograr todo eso, el trumpismo debe ser destruido y para ello Donald Trump no debe salir impune.
La Humanidad también tiene esperanzas con el cambio político en los Estados Unidos, para que, correspondiente con su responsabilidad en la destrucción ambiental que ha provocado en el mundo, retorne al esfuerzo multilateral por mitigarlo.
Mientras tanto, nosotros, en Guatemala, deberíamos aprovechar la oportunidad para construir acuerdos nacionales en contra de las mafias político criminales y el narcotráfico, para recuperar al Estado de la cooptación en que se encuentra. Y, de igual manera, para impulsar políticas de desarrollo en los territorios rezagados, que son los expulsores de migrantes hacia los Estado Unidos. Esos dos temas son parte de una afortunada coincidencia coyuntural entre nuestros intereses nacionales y los correspondientes a la recuperación política que deberá impulsar en ese país el gobierno encabezado por Biden.