Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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¿Por qué debería uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?

Cuando el futuro gran filósofo vienés –Ludwig Wittgenstein andaba por los 10 años- era esta frase la que ocupaba su mente casi de manera obsesiva. O: ¿Por qué no decir una mentira si al decir la verdad me estaré acarreando un maleficio, una desgracia, un infortunio? digo yo, dándole vuelta a la sintaxis del enunciado y pasando de positivo a negativo los valores que él enfunda.

De allí partirá entonces, casi sin darse cuenta, toda la obra de Wittgenstein: el hecho de que, a la mentira o la verdad -o a lo verdadero o lo falso- sólo les es dable vestirse con un traje que puede ser negro (nigérrimo) o blanco (níveo): el del lenguaje, el de las palabras, el de las frases de todos los días. Y en contraste, el del poema.

El lenguaje más vulgar, el que enardecido pronuncia: ¡hijo de puta!, es el mismo que se emplea para decir: ¡Hijo Mío Amadísimo!, ¡juventud divino tesoro! o el que anuncia que Trump le quiere hurtar la presidencia a Biden. Y todas esas frases pueden ser verdaderas o falsas e implicar conflictos o indecisiones éticas como la iniciática de Wittgenstein: ¿por qué debería uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?

¿Es ética una fake news, bulo o posverdad? ¿Es verdadera o falsa? ¿Es falsa y verdadera? ¿Es falsa y también verdadera? La única forma de poder acercarnos al descubrimiento de la suprema verdad sería inventando un nuevo lenguaje que -a la vez- implicaría toda una revisión semiológica de cuanto es signo o modo de comunicación, especialmente en los mass-media (de McLuhan) en las oraciones religiosas, en las normativas morales y hasta en las leyes.

Esto es lo que trata de hacer el Positivismo Lógico: encontrar certeza donde sólo ha habido fe y esperanza. O no hablar jamás de la esperanza o de la fe porque no tienen posibilidades de ser ciertas o verificables, apoyado en la Filosofía del Lenguaje y acaso en una nueva forma de entender la comunicación porque -a lo mejor- vivimos incomunicados como cree Beckett o Ionesco, cual lo expresan sus obras icónicas y paradigmáticas ya, como La Cantante Calva del rumano.

¿Por qué decir la verdad si se puede echar una bocarada pútrida de fake news y -al hacerlo- las fake news nos pueden beneficiar con unos cuantos billonazos de dólares o de euros? Esto es lo que han maquinado en sus magines prodigiosos de inmundicia los Pérez Molina, las Baldetti, los Sinibaldi Aparicio, los Morales Cabrera y hoy los Giammattei Falla, con carreteras inmorales para sus familiares o su valido.

El problema no es sólo de comunicación, semiología o sistemas de signos y algoritmos diseñados capitalistamente: falsamente. El dilema fundamental –acaso- de todo esto es moral y, por lo tanto, ético.

Pero ¿por dónde deberíamos comenzar para atajar esta tormenta de desinformación que se da por igual en los medios, en los hogares y en las iglesias? ¿Deberíamos plantearnos qué? 1. ¿La modificación de todos los signos existentes en la comunicación mediante la creación de un nuevo lenguaje? o 2. ¿Mutar de cuajo todos nuestros “valores” o antivalores en los que hemos estado navegando como en un apestoso lago de fecalidad?
Moore, Russell y Wittgenstein se decantan por lo primero mediante la lógica matemática o simbólica y las tablas de verdad. Pero siempre pensando en los segundo -implícita o explícitamente- en sus obras y en sus vidas.

¿Por qué debo decir la verdad? Porque ello es bueno, opinan la mayoría de religiones del mundo. Pero modifiquemos la frase y añadámosle: ¿si al no decir la verdad y decir una mentira me beneficiaría yo y los míos hasta la tercera generación, por qué decir la verdad? Pregúntenselo a los diputados…

Daré un curso sobe Filosofía del Leguaje a partir del “Tractatus Lógico Philosophicus” de Wittgenstein. ¿Se apuntaría usted querido lector para recibirlo en línea?, sigamos en contacto.

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