Adolfo Mazariegos
La pandemia que actualmente afecta al mundo ha venido a desnudar escandalosamente y en distintos niveles, muchos de los problemas y padecimientos de nuestras sociedades globales, particularmente en aquellos países en vías de desarrollo como Guatemala en donde, por ejemplo, la desnutrición se vio agudizada (incrementada) en alrededor de un ochenta por ciento durante el pasado 2020 (véase: portada y artículo de Denis Aguilar en Diario La Hora, edición del 07 de enero de 2021). La educación, por consiguiente, en tanto que instrucción escolar mediante la cual se accede a conocimientos necesarios para el desarrollo humano en sociedad, se vio afectada en un considerable porcentaje que difícil es cuantificar aún al día de hoy. Y he allí, justamente, en esa dicotomía nutrición-educación, en donde encontramos una relación cuyos efectos son realmente alarmantes y preocupantes de cara al futuro más allá de la pandemia en sí. Bien sabido es que la mala nutrición o desnutrición propiamente, además de los efectos físicos que en la mayoría de casos son evidentes y lastimeros, provoca, en corto, mediano y largo plazo, efectos que inciden directamente en la estatura del individuo; en la mayor o menor capacidad de enfrentar padecimientos de salud; en el rendimiento físico para enfrentar el día a día; en el desarrollo psicológico y en la capacidad de retención de conocimientos e información que requiere la vida cotidiana en un mundo moderno como el que habitamos, es decir, lo cognitivo en tanto que “capacidad o facultad de los seres vivos para procesar información a partir de la percepción, el conocimiento adquirido y las características subjetivas que permiten valorar tal información”, se ve seriamente afectado, disminuido. ¿Qué futuro puede esperar a un niño o niña que no tiene acceso a una nutrición medianamente aceptable y luego a una educación de calidad? ¿Qué tipo de vida puede deparar el futuro a un niño o niña que crece en las calles de una ciudad intentando ganar algunas monedas, sea vendiendo algo, sea haciendo malabares o limpiando vidrios de auto para contribuir a una depauperada economía familiar en donde muchas veces es maltratado, explotado o abusado? Un panorama sombrío, ciertamente. Y aunque parezca exagerado o quizá muchos prefieran invisibilizar tal situación, esa es una realidad innegable, dolorosa y preocupante porque es fácil adivinar (o por lo menos intuir) el futuro de una sociedad que ve con impotencia o con insensibilidad en algunos casos, cómo tales fenómenos se incrementan en lugar de disminuir, condenando al subdesarrollo eterno (por denominarle de alguna manera) a todo el conglomerado del Estado. Vale la pena pensarlo y hacer algo al respecto, con urgencia. Mañana podría ser tarde…