Raúl Molina
El desequilibrio mental y emocional de Trump no es cosa nueva, si bien su derrota en las elecciones de 2020 lo ha exacerbado. Aún antes de asumir el gobierno ya se expresaba con desdén de los grupos étnicos no blancos, particularmente latinos y, con verdadero odio, contra las y los inmigrantes indocumentados. Eran evidentes, además, su particular misoginia y su megalomanía. Acostumbrado al poder como millonario, fue incapaz de distinguir que deben ser distintos los comportamientos entre el salvaje mundo de los negocios y el servicio público. Trump, como verdadero déspota, se fue acercando al absolutismo, creyéndose la famosa frase, “el Estado soy yo”, como lo hicieron docenas de antecesores en la Historia, para tragedia de sus respectivos pueblos. Por esto, afirmo que los déspotas, ya sea en potencia o en ejercicio, no deben llegar al poder político; su lugar es el manicomio, en tanto no sean delincuentes, o la cárcel si han transgredido la ley.

A Trump se le permitieron, con el apoyo del Partido Republicano, cuatro años de despotismo, que lo llevaron de ser un demente engolosinado con su poder a ser responsable de crímenes de lesa humanidad, con su persecución a muerte de las y los inmigrantes indocumentados. Sus políticas de separación de familias, de trato inhumano de menores, de violencia anti-inmigratoria, incluidas muertes, debieron haber sido enfrentadas con vigor, y no tenuemente como fue la respuesta de la clase política y la sociedad en general.

El Trump que instó a sus fanáticos a marchar al Capitolio y asaltarlo –lo que merece su destitución inmediata y acabar en la cárcel- es el producto de la complicidad Republicana y la indiferencia de sus contrarios en el tema esencial de la migración. Todavía es tiempo, antes del natural cambio de gobierno, que se eche a Trump de su puesto –la enmienda vigésimo quinta de la Constitución permite separar del cargo al Presidente cuando ponga en peligro a la nación- lo cual es urgente, antes de que ose utilizar su poder –arsenal nuclear- para sus objetivos personales.

En una escala menor, aunque igual de dañina, aparecen los déspotas de América Latina, en donde los que asumen la conducción política se consideran reyezuelos, con licencia para enriquecerse y satisfacer todos sus caprichos. Estos reyezuelos generan sus cortes, en donde se actúa igualmente con despotismo. Es claro el ejemplo de Giammattei, con servicios indecentes por parte de la SAAS, y con sus acciones de ilusionista, que hace desaparecer el dinero. Ha generado clones en el Ejecutivo, la Junta Directiva del Congreso, la jefatura del MP y el sistema judicial, a la espera de llenarse de ratas una vez la CC no obstruya los planes de la “maquinaria de la corrupción”. Confiamos en que para Trump el castigo sea impactante –juristas sostienen en Estados Unidos que toda persona involucrada en el asalto al Capitolio merece veinte años de prisión- e, igualmente, estamos a la espera del desmantelamiento del régimen guatemalteco, por efecto dominó, que lleve a Giammattei y demás enfermos de despotismo a muchos años de privación de libertad. ¡A grandes males, grandes remedios!

Raul Molina Mejía

rmolina20@hotmail.com

Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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