Víctor Ferrigno F.
Nuestros abuelos le llamaban “la cuesta de enero” a los primeros y difíciles días del año, durante los cuales hay que encarar las dificultades económicas y de salud, heredadas de los excesos del año anterior. Hoy día, la cuesta de enero es más empinada, pues enfrentamos una recesión económica sin precedentes, y la segunda oleada de la pandemia, con una cauda de contagios y muertes en aumento.
Para colmo, hay que encarar una debacle humanitaria, que pone en riesgo la civilización tal como la conocemos hasta ahora, debido a la confluencia de cinco crisis mundiales. En primer lugar, la crisis sanitaria más extendida de nuestra historia, provocada por el Covid-19, que será aliviada más no será resuelta por las nuevas vacunas, pues la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya advirtió que vienen nuevas pandemias, para las cuales aún no hay cura.
En segundo lugar, debido al confinamiento y a la crisis del modelo capitalista neoliberal que hace aguas, encaramos la peor recesión económica de los últimos 90 años, con su cauda de desempleo, pobreza y hambre. Remontarla nos llevará dos décadas, si construimos un nuevo modelo económico, más incluyente y justo, y menos depredador.
Debido a la virtual parálisis del transporte aéreo, marítimo y terrestre, sumada al freno de la producción fabril, el modelo energético basado en hidrocarburos entró en una crisis irreversible. Acciones, bonos y títulos respaldados por el petróleo están perdiendo su valor.
En 2021 se cumplen 50 años desde que el mundo capitalista abandonó el patrón oro para respaldar la emisión de monedas, y se adoptó al dólar estadounidense como respaldo monetario y moneda franca. Todos los estrategas económicos coinciden en que el dólar está en crisis y se derrumbará, pues sus dos principales soportes están colapsando: el petróleo y la economía de EE.UU., que ya debe más de lo que produce, y entrará a un default.
En quinto lugar, experimentamos una crisis ambiental que no podremos revertir en décadas, por lo que sufriremos sed y hambre, por falta o exceso de agua, así como el éxodo de 200 millones de migrantes forzados, debido al cambio climático, para 2050. De esta crisis dan cuenta los damnificados de las tormentas tropicales Eta e Iota, que aún esperan ayuda, y los habitantes de Ixchiguán y Tacaná, en el altiplano de San Marcos, que ayer sufrieron una insólita tormenta de granizo.
En Guatemala, esta debacle civilizatoria se ve agravada por la crisis político-institucional que ha generado la cooptación del Estado por el pacto de corruptos, que hace parte del crimen organizado.
El lunes pasado, el abstencionismo fue el triunfador en la elección del representante del Colegio de Abogados ante la Corte de Constitucionalidad, a la que apenas concurrió entre el 15% y el 18% de los colegiados aptos para votar. Como no hubo mayoría absoluta, los dos candidatos punteros irán a una segunda vuelta. Para colmo, de manera casi simultánea, el Ministerio Público ha solicitado que al ganador, que es juez, se le despoje del derecho de antejuicio, sindicado de delitos graves. No se sabe si terminará en la Corte o en la cárcel.
Gracias a las movilizaciones ciudadanas se logró revertir la aprobación del presupuesto 2021, que fue archivado por el Congreso. El presidente Giammattei incumplió su promesa de efectuar consultas ciudadanas plurales para reformar el proyecto de presupuesto, y el martes pasado el Ministerio de Finanzas publicó el Acuerdo Gubernativo 253-2020, mediante el cual presenta al Congreso el mismo presupuesto del 2020, aún sin reformas, por más de 107 mil millones de quetzales, para que sean los diputados venales quienes decidan las modificaciones, sin participación del Pueblo.
La cuesta de enero del 2021 está muy empinada, pero la podremos remontar si, y solo si, concertamos entre ciudadanía y gobierno un plan para salir de la crisis, pues todos navegamos en el mismo barco, que aún puede ser salvado.