Hoy el Senado de los Estados Unidos deberá certificar la elección hecha por el Colegio Electoral en un proceso que se considera de puro trámite en el que se reciben, además, las certificaciones de todos los Estados sobre los resultados que se dieron tras los comicios de noviembre. El capítulo quedó cerrado con la elección del Colegio Electoral y así ha sido siempre, pero ahora un puñado de senadores que anteponen a su responsabilidad ciudadana su sumisión ante Trump, por lambiscones que piensan que ese tipo tendrá una respetable base que puede marcarles el futuro político, tratarán de revertir el resultado en lo que sería un auténtico golpe de Estado que no podrá prosperar.
Pero el daño que se hace a la institucionalidad es enorme porque apunta a destruir la esencia misma del sistema democrático al plantear, sin prueba alguna, alegatos de un fraude que surge de teorías de conspiración que población ignorante acepta como verdad simplemente porque si Trump lo dice es suficiente para esa gente incapaz de razonar. El propósito no es el de revertir el resultado porque ello es legalmente imposible, pero sí sembrar más duda sobre la elección y la legitimidad de la elección de Joe Biden, cosa que no quiso hacer ni Al Gore ni los demócratas en el año 2000 cuando surgieron tantas dudas sobre cómo se manejaron los votos en Florida donde el hermano de George Bush era el gobernador.
Senadores que anteponen sus ambiciones futuras y que reconocen que el partido dejó de ser Republicano para ser el partido de Trump y que dependerán de que éste les pague el favor para ser reelectos, son también senadores que no entienden la personalidad de su Líder, quien espera, demanda y reclama para sí toda la lealtad pero no la tiene para nadie porque para él lo único importante es él y todos los demás son piezas que pueden ser o dejar de ser útiles.
Si algo caracterizó al sistema político norteamericano era el respeto por las instituciones democráticas, pero todo ello lo destruyó Donald Trump por el sencillo hecho de que él se siente más grande, más importante y más valioso que los mismos Estados Unidos y que la historia y la tradición. Los valores que desde la fundación han inspirado a ese país no tienen ningún significado si se comparan con las ambiciones y caprichos de una persona que se postuló para afianzar su marca comercial, pero que por azares del destino terminó siendo dueño de ese viejo partido de Lincoln que ahora es el partido de Trump.