Alfonso Mata
Medio día. Al final de lo que llaman la calle de la aldea, mientras gruñía con unos cuantos pensamientos, un olor leve de tortillas y el canto de la radio “no me dejes ni me olvides” me acercó a la mujer que encorvada y con un chico a la espalda, echaba tortillas
-Me vende una señora.
-¡Tome!, no soy vendedora, pero tenga
Y mientras yo la calentaba entre mis manos, ella echaba otras al comal. Y mientras ella continuaba con su tarea moviéndose lentamente, sus palabras se hundían en mi mente. Sus palabras brincaban como llamas:
– Desde que nos prendemos al seno materno, hombres y mujeres traman como apoderarse de nosotras. Sus voces estridentes, poco a poco apagan nuestros deseos y nos encienden hacia intereses serviles. Servirles a padres y hermanos es tarea de nuestra niñez y adolescencia. Aguantar caprichos y satisfacer deseos, nos corroe entrañas, cerebro y corazón y en ese enloquecido hacer de día a día, nos llega la primera menstruación y con ella, el deseo de aliviar tanta opresión y el ansia de libertad, que cae en manos del diz amor como antorcha, a fin de que nuestra alma no se ahogue. Pero ese deseo se ahoga en el pórtico de la ilusión, pues en ese mundo, sumamos pero no contamos y nuestras buenas obras no pagan, más pareciera que se castigan y por eso preferimos no ser revoltosas y dejar todo como está y aguantar. Entonces ya podrá entender cuan aburrida y miserable es nuestra vida, pero nos aferramos a ella por el único premio que tenemos que son nuestros hijos, ya que acá lo único que cae del cielo y transita por los caminos es polvo y agua.
– ¿No se atribula?
– No tengo de que atribularme, si ya no somos capaces de darle gracias a Dios, menos de tener piedad entre nosotros. Al final, lo que conseguimos las mujeres es un mendrugo de placer; al principio día y noche, luego sólo nocturno y al final de vez en cuando.
Aquel cansado rostro vergüenza, bondad y virtud, iluminaba y era rodeado de una tristeza que no agonizaba nunca en una cabeza propicia siempre a letargo y fatigada de poner tanto entendimiento y obtener tampoco de el. La alegría aun brotaba de aquella mujer: limpiar, cocinar, dar de comer a hombres, animales y chiquillos, azuzar el fuego mientras el humo le robaba esperanzas. Remendar y lavar ropa y ante ella siempre varón e hijos insatisfechos con ella y cuando éste se llega a por la casa borracho y sin control, cosa que sucedía muchos fines de semana, estaba más pendiente de lo Inevitable que de lo diario.
Saboreando El olor a tortilla espolvorea bajo el sol del mediodía, mientras la aldea dormita con rostro dulce de muerte me pregunto si es acá donde el justo y honesto, la vida juiciosa y también el espíritu aun habitan y entonces me lamento: Lástima que apenas nacidos, mueren aplastados por sollozos que nunca se transformarán en alegría. Si algo es altamente falsificable es el amor.
Mientras la mujer atizaba el fuego para mantener el comal caliente, vi venir al viejo apoyándose en su bordón y un poco detrás a su hijo escuchando música y a pesar de aquella pobreza, ahí se respira la tibieza y la calidez humana, flaqueada de lo que se escucha en la radio “dichoso el varón que con ella dormirá”.