Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Apenas el anciano se había ido, y estaba mi mente deglutiendo lo que había dicho, cuando un carro se detuvo ante la acera. Tres sujetos bajaron de él, irrumpieron en el comedor requiriendo carne, frijoles, tortillas y cerveza. Y cuanto fueron servidos, él que dominaba sobre los demás inició a hablar:

No crean que alegrías y tristezas me vienen del Norte, aquí nacieron fruto de padre y madre que lucharon dentro de mí. Desde pequeño, de mi madre recibí la esperanza. Siempre andaba diciéndome: no quiero que seas como tu padre. Y así desde el alba hasta el atardecer, aquellas palabras una y otra vez acudían a mí ruda cabeza y se estremecían contra las de mi padre que a diario me decía: tu abuelo agricultor tu padre también, deseamos hacerte a ti otro. Y me llevaba a los campos y me hacía romper surcos, quitar y quemar maleza, sembrar semillas y mientras nos dedicábamos a eso repetía: la fuerza la valentía está en las manos no en la cabeza de la que sólo sale mariposas que se las llevan los vientos.

Pero mi corazón y mi mente a mi madre escuchaban. Ella me contaba de historia de hombres y mujeres allende de los campos y montañas de la aldea. Su mente y su pecho insaciable, habrían mi mente y corazón alejándolos cada día más del terruño y aclaraba mi espíritu hacia otros mundos. Mi padre ante mi cara de soñador echaba chispas, sabedor que se llegaría el día que no podría conmigo y se llegó el día. Se apareció mi tía Juana venida de lejos, con una caja cargada de ropa y otra de alimentos y sobando mi cabeza al viejo le dijo: ¡hermano Samuel! el niño debe ir a la escuela o no tiene futuro él es listo, le pagaré estudios y comida pero prométeme que le darás a la escuela. Apenas la tía se había ido, papá se abalanzó sobre las cajas y les prendió fuego gritando: esto es obra del demonio. Yo me metí entre las llamas y como pude salve pocas cosas de ambas cajas. Mi tía había agitado mi espíritu hacia lo desconocido.

Se llegó el día en que no soporté las impertinencias de mi padre, frisaba los 13 o 14 años y una noche tomé una mudada de ropa, un pachón de agua, besé a mi madre y partí al norte. Mi padre sin querer queriendo, me había regalado su valentía cerrando así aquel día, día de la virgen milagros de plata, las puertas de mi pasado. De eso hace 20 años compañeros.

-¿y tu padre?

– Querrán decir el viejo que acaba de salir. Pues bien, siempre me contempla con mirada hostil pero humillado, porque sabe que lo sostengo a él y a todos y en la oquedad de su pecho, me admira y eso le produce vergüenza. Por eso se ha vuelto ceñudo y atropella al mundo y vive entre espectros.

– ¿y tu madre?

Es otra historia, ella debe contarla. Ella me regaló esperanza, mi tía espíritu y mi padre valentía. Son las tres virtudes del migrante triunfador: ¡salud! muchá por el migrante, sin él, esta tierra come m…

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