Juan Antonio Mazariegos
Diciembre y enero, suelen ser los meses más adecuados para escalar volcanes en Guatemala, el Volcán Acatenango, con sus 3,976 metros sobre el nivel del mar, se transforma no solo en un reto para cualquier aficionado a la montaña, si no también en una aventura, en donde el frio, el cansancio, la deshidratación y la falta de sueño, se compensan con fabulosas vistas, solidaridad entre todos los montañistas y esa satisfacción indescriptible de conquistar una cumbre.
El pasado fin de semana, ascendimos el Acatenango con mi familia y algunos buenos amigos, la mayoría emocionados por conquistar su primera cumbre, aunque no su primer volcán, pues todos habían subido en más de alguna ocasión a nuestro popular volcán de Pacaya. Iniciamos el viaje desde la Aldea La Soledad, a eso de las 10 de la mañana, la ruta, si bien es exigente para la mayoría, no representa ningún obstáculo insalvable y discurre entre una vegetación semitropical que aun se conserva densa, para ir cambiando poco a poco a un bosque de pino, cuyos arboles, a su vez, van mermando en la medida en que se asciende.
Al llegar al sitio conocido como “Los Toneles”, unas 3 horas y media después, nos detuvimos a almorzar y al retomar el camino empezamos a bordear el Acatenango hasta encontrar al imponente volcán de Fuego que se lució durante el resto de la jornada, expulsando en intermitentes explosiones, cenizas, lava y rocas que se tornaron rojas al anochecer. Acampamos en las terrazas del volcán, preparamos una fogata y calentamos tandas de sopa caliente en una pequeña estufa, mientras se cocinaban salchichas y marshmallows entre las brasas. Frente a nosotros, subiendo el volcán de Fuego, hasta el camellón del mismo, muchas pequeñas luces señalaban la posición de un grupo grande de excursionistas que escalaban ese coloso para ir a tomar fotografías nocturnas de sus explosiones. Y por encima de todo, una noche despejada y llena de estrellas que nos hacía recordar todo aquello que nos perdemos por el resplandor de las luces de las ciudades.
A las 4.30 de la mañana iniciamos el asalto a la cumbre del Acatenango, para las 6am, faltan pocos minutos para que amanezca, los últimos subimos por “La Bendita”, cara noreste, con el volcán de Agua como mudo testigo de nuestros esfuerzos y con el sol a punto de aparecer en el horizonte, dar un par de pasos parece no tener sentido, pues la arena solo sigue la fuerza de gravedad y uno baja con ella mucho más de lo que aparenta subir. “La Bendita”, parece resumir un poco lo que fue este año para muchos de nosotros, empezó con ilusión y entusiasmo y de pronto todo se congeló, los planes se fueron por la borda, hubo que replantearse por donde continuar, soltar aquello que nos hacía peso, resoplar y continuar tirando hacia adelante. Como todo en la vida, siempre hay un inicio y un final. En el final del asenso del domingo, más de alguna lagrima de felicidad, un abrazo inolvidable, mucha satisfacción por haber alcanzado la cima, un placer indescriptible en apreciar todo lo que tenemos en este bendito país, un día magnifico para dar gracias a Dios por un día increíble, por estar allí con las personas que estuvimos y por un año que aunque tremendamente duro, nos enseño a ser mejores. Felices fiestas a Todos.
Juan Antonio Mazariegos G.