Arlena Cifuentes

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La pobreza en nuestro país se evidencia cada vez más, originada por la irresponsabilidad y el abandono de la gran mayoría de gobiernos que al asumir han sabido servir sus intereses y objetivos, no así los del pueblo. Un problema estructural no resuelto y que a la fecha está muy lejos de resolverse como muchos otros. Honestamente, aunque se me tache de fatalista, creo que no existe la capacidad ni la voluntad política para hacerlo ni en este ni en futuros gobiernos. Es indispensable reconocer nuestra complicidad al haber permitido que los niveles de corrupción, de cinismo y prepotencia llegaran hasta donde hoy se encuentran. A veces me pregunto si es válido que señalemos, critiquemos, analicemos y escuchemos toda una sarta de tonterías sabiendo que no tenemos la autoridad moral para hacerlo. Hemos dormitado por décadas, sólo queda una vía y es la protesta incesante y pacífica del pueblo en las calles, en la Plaza.

El desgobierno actual es cómplice de la corrupción empeñado en desnaturalizar la institucionalidad del país. A nadie importa el que cada día se sumen más y más desposeídos, que la tasa de desnutrición se incremente de manera acelerada o que la niñez no tenga acceso al inadecuado sistema de “educación” actual –obsoleto y vetusto- cuyo pensum educativo está muy lejos de responder a los tiempos que vivimos y a nuestra realidad condenando a las actuales como a las futuras generaciones a permanecer en la oscuridad que produce la ignorancia.

Las causas de nuestro atraso y pobreza son muchas, las cuales hemos dejado que se acumulen y se agraven. El dolor, la penuria ajena no nos conmueve y menos nos indigna; la parálisis mental, física y emocional nos invaden. Los cristianos y sobre todo los católicos celebramos en esta época el Adviento, un tiempo de preparación y de espera, que nos trae esperanza, en el que rememoramos el nacimiento de Jesús nuestro Redentor y que debería llevarnos a ser conscientes de la realidad que nos circunda. Hemos llegado al tercer domingo de Adviento, el domingo de la “alegría” lo cual es congruente con mi realidad pero no con la de la mayoría de nuestros hermanos connacionales. No podemos esperar que quienes tienen el estómago vacío puedan sentir “alegría” pero si podemos, al menos, hacernos conscientes de su condición de vida y su condena a vivir en pobreza. Y, es que en Guatemala como en el resto del mundo, existen varios submundos que la mayoría de clase media para arriba desconocen. Me lo decía una amiga quien decidió acompañar a otra persona a llevar víveres a Cobán, “que razón tienes de hablarnos siempre de esa otra realidad, no me la imaginaba así”.

Hace poco, en uno de esos días fríos, salí más temprano de lo que suelo hacerlo y veo ante mí en el camellón central a un niño durmiendo sobre la grama cubierto con una sábana que el viento levantaba, la escena para mí fue impactante. Difícil describir lo que sentí, entre el dolor la impotencia y la indignación sabedora del saqueo del que ha sido objeto el erario y que hoy más que nunca pretenden hacer los delincuentes que conforman el pacto de corruptos. A diario, en mi camino tropiezo con más y más gente pidiendo ayuda de diferentes maneras a cambio de una moneda y surge en mi el cuestionamiento de otras voces que a menudo escucho: porqué no buscan trabajo, son haraganes y muchos otros calificativos sin entender que si efectivamente son “haraganes” es porque son producto de un sistema corrupto e incapaz que les ha condenado a vivir en condiciones paupérrimas, sin incentivos a quienes se les vedó el derecho a tener aspiraciones. No nos hagamos más los babosos con el don de la sapiencia. La pobreza tiene rostro HUMANO.

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