Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

post author

Eduardo Blandón

Ha quedado más que demostrado el régimen corrupto de la administración de los expresidentes Pérez Molina y Morales Cabrera.  La prensa y las instituciones del Estado encargadas de perseguir los delitos han caracterizado los métodos, las inversiones y los actores en un saqueo que, para ser justos, no son fenómenos recientes.  Nuestra historia ha estado salpicada de pillos que han medrado gracias al expolio de los bienes públicos.

¿Tendríamos que esperar un relato distinto en las ejecutorias de nuestro actual gobernante?  Pensaría que no por varias razones.  En primer lugar, en virtud de que el esquema administrativo del Estado es el mismo.  La porosidad por el que se cuela el agua alcanza a todos los que trabajan en la gestión pública, así la honestidad requiere grados de moralidad inalcanzable para la mayoría de los actores que hacen gobierno.

El sistema está hecho para el latrocinio a través de contubernios y negocios oscuros.  Sin olvidar la complacencia y permisividad de los que tendrían que luchar contra el crimen y la impunidad.  De ese modo es tonto esperar una realidad distinta: el Estado tal y como es en la actualidad funciona para delinquir.  Por ello, la pureza entre los actores políticos es una excepción que raramente aparece y es hasta un hecho milagroso.

En segundo lugar, Giammattei no puede hacer la diferencia porque su esquema mental opera no para el servicio de las mayorías empobrecidas, sino para el enriquecimiento personal.  Es un político ordinario de nuestros lares que no alcanza el rango de estadista, según la naturaleza del concepto, por fallas de moralidad.  Y no es un hallazgo novedoso, su trayectoria a lo largo de la vida pública lo ha demostrado con creces.  La idea de llegar a la presidencia obedece más a la obstinación, ambiciones de poder y, más aún, el amor por el dinero.

Eso explicaría su pasividad en la gestión administrativa y el pacto con los corruptos del Congreso, el narcotráfico, el sistema financiero y los muchos mañosos del sector económico organizado en el CACIF y sindicatos como los que encabeza Joviel Acevedo.  Es otro remedo más de gobernante en un país que exigiría un liderazgo capaz de unir a la población en un proyecto ambicioso de desarrollo y ofrecer esperanza en medio de las condiciones inhumanas de la mayoría de los guatemaltecos.

Por último, nuestra realidad no puede ser distinta no solo porque las condiciones de cambio no son propicias, vivimos en un período de crisis global debido a la pandemia y regímenes externos no muy diferentes a los que sufrimos, sino en razón de la incapacidad de organizarnos y alcanzar consensos mínimos. Si bien nos une lo básico, el rechazo a la corrupción y la clase política, no hemos podido ser auténticos agentes de cambio.  Puede que la cultura individualista, las distracciones tecnológicas, la entrega al consumo y las preocupaciones económicas de cada día, sean factores que nos aparten y disuadan a participar de una manera efectiva frente a las mafias.

Queda la esperanza, sin embargo, de que vientos mejores abonen a la causa por la justicia y el castigo ejemplar a los criminales dentro y fuera del Estado.   Pero no debemos cruzar los brazos, al reconocer la miseria de nuestra condición actual, debemos trabajar para contribuir a superar las penurias que nos someten.  Hacerlo es una exigencia moral que expresa nuestro carácter y favorece una realidad mucho más humana de la que vivimos hoy.

Artículo anteriorEl futuro nos alcanza (Vers. 2.0)
Artículo siguienteEl Congreso, las APPs y la corrupción endémica