Guatemala está, por desgracia, en una posición geográfica que implica enorme vulnerabilidad frente a distinta clase de fenómenos naturales que van desde las frecuentes tormentas hasta los terremotos y por lo tanto es obligado que se diseñen políticas efectivas para realmente reducir los desastres, objetivo esencial de Conred que, como tantas instituciones en el país, perdió su norte porque es parte del deterioro que se observa a lo largo y ancho de la administración pública.
Y tristemente no disponemos de una institución que tenga la capacidad de hacer planteamientos de lo que debe ser la política nacional de reducción de riesgos ante desastres naturales, lo cual debe empezar por un riguroso plan para evitar las construcciones en lugares peligrosos porque ello coloca a miles de familias en posición aún más vulnerable. Por otro lado es fundamental que en el diseño de las obras de infraestructura que hace el Estado prevalezca un criterio para evitar daños mayores que ocurren con los primeros aguaceros, pero ya sabemos que el único criterio que existe para determinar el tipo y la calidad de la obra pública es el del monto del soborno y el billete que les queda de ganancia extra a los constructores y funcionarios.
Es una situación sumamente delicada porque el Cambio Climático es una realidad que no se puede soslayar. La comunidad científica mundial ha dado suficientes datos para demostrar que el hombre está destruyendo su propio ecosistema y la necesidad de adoptar medidas efectivas para detener el deterioro. Tristemente no todos los países cumplen con sus obligaciones ambientales y ello agrava aún más la situación.
La pobreza es, sin duda alguna, un factor que complica mucho las cosas porque la gente no tiene opciones para escoger dónde vivir y muchas veces tienen que instalarse en empinadas laderas porque es a lo único que tienen acceso, aunque ello signifique un riesgo enorme para las familias que se asientan en tales sitios.
Pero lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos y decir que como estamos geográficamente mal ubicados y como tenemos tanta pobreza, los desastres tienen que ser cada vez más trágicos y mortales. El Estado tiene que retomar su función de promover el bien común, sobre todo cuando se trata de situaciones en que con un poco de empeño se pueden generar avances. Si tan sólo se dispusiera de un sistema de alertas tempranas para asegurar que a toda la población le lleguen advertencias con tiempo suficiente, en el caso de las reiteradas tormentas, mucho podría ganarse en medio de la vulnerabilidad.