Alfonso Mata
¿Sirve la política actual a Guatemala y su gente? Esa pregunta todos la entendemos en base al mandato que da la Constitución al funcionario público y al ciudadano, pero ¿se cumple? La noción de servir es una noción relacional; algo sirve para algo en relación a un mandato (al funcionario y ciudadano) y genera un deseo (comportamiento). Pero luego de los acontecimientos que se suceden en uno y otro bando en nuestra nación, la pregunta debería ser ¿qué queremos de la política ambos? Pienso que uno no puede considerar ninguna pregunta sobre el quehacer humano en lo que se refiere a su valor, a su utilidad, o a lo que uno puede obtener de él, si uno no se pregunta lo que quiere. Preguntarse si sirve la presidencia, el congreso, la justicia, que son medios para… y no fines de…, debe ser acompañado de un entendimiento claro de que queremos en educación, salud, trabajo, recreación, ambiente, cultura y es solo entonces, que podremos responder a preguntas como: ¿qué queremos con el político y la política?, ¿qué es eso de hacer política? y, en último término, a la gran pregunta: ¿qué país queremos? Nuestra gran tragedia estriba en que sabemos lo que no queremos, salimos y protestamos contra eso que no queremos, pero no le damos vuelta a la moneda antes de gastarla.
Pienso que además de la protesta, debemos cada uno reflexionar acerca de la política y el papel que esta tiene en el vivir cotidiano: Igualdad, equidad, justicia, dentro de un proyecto de país, en el cual están inmersas nuestras reflexiones sobre justicia, equidad, igualdad en todos los planos de ese vivir: salud, educación, trabajo, bienestar de la mayoría. ¿Tenemos un proyecto de país? Tal vez nuestra gran tragedia actual es que no lo tenemos.
Es cierto y es una sensación y temor general, que no podemos jugar a volver al pasado. Sin embargo, si analizamos un poquito nuestro alrededor, y desde la posición en que cada uno vive, nos damos cuenta de la existencia de dos proyectos nacionales: uno del pasado y otro del presente, claramente distintos, en que según donde estemos y vivamos, nos vemos forzados a vivir y por consiguiente a defender posiciones. Una verdadera política y el político y el ciudadano, tiene que navegar en ese mar de incomprensiones, pero antes que nada tener claro que en un proyecto de país, el ciudadano debe funcionar como ciudadano-político. Bajo esa mancuerna es que se debe consolidar una clara conciencia, de que se vive en parte para devolver al país lo que se ha recibido de él.
Nos falta vernos y vivir inmersos en un proyecto de responsabilidad social, ser partícipes de la construcción de un país en el cual uno continuamente sea constructor-benefactor del bienestar de la comunidad nacional. En la diversidad de nuestras identidades políticas, habrá así un propósito común: Construir un ciudadano con identidad política puesta al servicio de la patria. Eso estamos lejos de poseerlo. En estos momentos, las nuevas generaciones se encuentran en el dilema de escoger entre una vida de competencia, laboral, salud, bienestar y el impulso de su empatía social que los lleva a desear cambiar un orden político-cultural generador de excesivas desigualdades que traen pobreza y sufrimiento material y espiritual. Ambos espacios necesitan de construcción. Una relación cambiante, nunca sencilla: tu casa o la mía; cama afuera convivencia a conveniencia.