Carlos Figueroa Ibarra
La nueva rebelión contra la corrupción observada en Guatemala al parecer está vinculada al hambre. No solamente porque en un país con 50% de niños con desnutrición crónica, los diputados guatemaltecos eliminaron en el presupuesto fallido 200 millones de quetzales (1 dólar=7.79 quetzales) destinados a combatir el hambre y destinaron la misma cantidad de dinero a la construcción de un nuevo edificio para el poder legislativo. También porque ese mismo presupuesto aumentó 500 mil quetzales para gastos de alimentación de los propios diputados además de 4 millones más para comprarse autos. Finalmente porque Rubén Barrios, el diputado del partido ultraderechista encabezado por la hija de Ríos Montt, provocó general indignación al acusar de “comelones de frijoles” a los que adversaron al presupuesto ahora retirado. Ser comelón de frijoles no es un insulto. Es la realidad alimenticia, si son afortunados, de millones de guatemaltecos que basan su alimentación en esa leguminosa y en el maíz. Pero el contexto en que el diputado hizo esa aseveración le da un contenido clasista y racista. Tildar a alguien de frijolero alude a su pobreza y origen étnico. En Estados Unidos de América es uno de los motes racistas que se les da a los habitantes de origen mexicano.
Y es cierto, son comelones de frijoles la mayor parte de los indignados por la tentativa corrupta que implicaba el presupuesto inicialmente aprobado. Porque el uso corrupto del dinero público alimenta a una burocracia dorada, es el propulsor de riquezas mal habidas y profundiza la miseria popular. Hago votos porque esta rebelión de frijoleros genere un cambio sustancial y no sólo haga tambalear el corrupto edificio del Estado guatemalteco, para repetir una metáfora que le acabo de escuchar a mi querida Catalina Soberanis. La agitación que hemos visto en Guatemala tiene como contexto el fracaso neoliberal que no sólo no cumplió en el mundo entero sus promesas de aumento de productividad y prosperidad social, sino originó un debilitamiento estructural del Estado que explica los tres flagelos que hoy nos azotan: la voracidad empresarial, la corrupción pública y privada (delito económico organizado) y el auge del crimen organizado. Esto es lo que acontece en buena parte de la periferia capitalista, particularmente en Latinoamérica y muy particularmente en la región adyacente al mercado de la droga más grande del mundo.
El cambio sustancial que tendría que observarse de triunfar los movimientos en contra de la corrupción debe contener al menos los siguientes elementos: la separación del poder político con respecto al poder económico (antídoto de la voracidad empresarial); eliminación de la corrupción expresada en la delincuencia de cuello blanco o delito económico organizado; el combate a la penetración del crimen organizado en el Estado; el combate al despilfarro que generan los privilegios de la alta burocracia estatal; saneamiento de la administración municipal; la eficiencia y agilidad administrativa. Finalmente, la eficacia en la recaudación tributaria y el combate a la evasión fiscal. He aquí un programa en el que coincidirían izquierda y derecha, si es que la honestidad fuera espacio común.