Por: Adrián Zapata
La OEA reaccionó con prontitud ante la solicitud del gobierno de Guatemala de invocar la Carta Democrática Interamericana. El controversial Almagro mandó una Misión presidida por el también controversial político argentino Fulvio Pompeo, visita que finalizó el día de ayer y estará hoy saliendo del país, con lo cual habría terminado su evaluación sobre la crisis política que vivimos.
Diversos sectores sociales rechazaron reunirse con el señor Pompeo, básicamente porque están en desacuerdo con la decisión del Presidente Giammattei de pedir auxilio a la OEA. El Vicepresidente de la República tampoco aceptó la invitación.
Es difícil no darse cuenta que el Gobierno tiene una conducta manipuladora, al pretender que alguien le crea que la indignación ciudadana ante la corrupción, incluidos a quienes piden su renuncia, sea un acto atentatorio contra la democracia. El pretexto utilizado, la quema de parte del edificio del Congreso de la República, parece a ojos de muchos guatemaltecos ser un montaje del propio gobierno para deslegitimar las protestas de la gente e inducir miedo para que la población se abstenga de participar. Pero lo que resulta insultante para la inteligencia común y corriente es que a partir de una acción vandálica como esa, quien quiera que la hubiera ejecutado, se pretenda invocar la Carta Democrática Interamericana.
Me parece muy difícil que la OEA, a pesar de los terribles papeles que ha jugado a lo largo de su existencia, pueda ahora llegar al extremo de tomar en serio la pretensión del Presidente Giammattei. Sería una conducta que rebasaría su histórica subordinación a los intereses retrógrados, conservadores y pro imperialistas. Ahora cometería una afrenta a la inteligencia.
Pero como siempre hay que dar el beneficio de la duda para no descalificar por adelantado, esperemos cuál será el informe que presente la Misión que nos visitó. Tendremos ocasión de saber si la OEA considera que las movilizaciones promovidas por las autoridades ancestrales de los pueblos indígenas son acciones terroristas que pretenden destruir la democracia guatemalteca.
Veremos si comete el agravio de ignorar la represión con la cual el gobierno ha respondido a la movilización ciudadana.
Abriguemos una esperanza, por difícil que sea conociendo la historia de la OEA, que hará propuestas coherentes con la necesidad de resguardar la democracia en Guatemala, separándose de las visiones retrógradas, reaccionarias, cuyo anhelo es la estabilidad que permita la continuidad del status quo. Que entienda que lo que está realmente en juego en este país es la consumación de la cooptación del Estado por parte de las mafias y el crimen organizado, así como la prevalencia de los intereses de quienes no quieren que cambie nada, para mantener los privilegios que les permite la grosera desigualdad existente.
Sería deseable que condenara la represión gubernamental contra la protesta ciudadana. Sería ejemplar que llamara a recuperar la institucionalidad del Estado de los poderes tenebrosos que ahora la hegemonizan y que se pronunciara por la necesidad de cortes independientes, sin lo cual la democracia es imposible.
Un llamado al diálogo siempre es políticamente correcto, pero sería perverso hacerlo si lo único que se busca es desmovilizar la protesta social para que prevalezca el estatus quo.
Cualquier diálogo debería ser para enfrentar a las mafias y al crimen organizado, así como para obligar a los sectores tradicionales de poder a que cedan en su histórico aferramiento a los privilegios que produce la desigualdad.