Eduardo Blandón
La exquisitez no es una cualidad extendida entre nuestros políticos en Guatemala. No me referiré a la falta de gusto en sus asesores, siempre venales y de ordinario delincuentes (como ellos mismos), tampoco diré nada de la falta de gusto en su apariencia personal, la estética de su porte desaliñado y francamente espantosa. Me refiero a la talla intelectual que los hace lucir como hombrecillos descerebrados ostentando un peligroso poder a ellos confiado.
El último simio de la colección, el que ha asumido con gallardía y desparpajo la vulgaridad, ha sido el ministro de Finanzas Públicas, Álvaro González Ricci. ¿Lo recuerda? Mire si no, su florido vocabulario: “Pela, el fondo de este dinero, miren señores, es regalarlo. Perdón el buen chapín señoritas; pela, no importa, aquí no hay forma de salir ganando. Que firme su declaración jurada y después que mire qué hace pues”.
No diremos nada del fondo de su argumentación ni de la conducta impropia de un alto funcionario que tendría que administrar las arcas del Estado. Solo llamo la atención en cómo lo ordinario se ha convertido en moneda corriente en nuestros líderes nacionales que, en lugar de disimularlo (si tuvieran un poco de conciencia de sus límites), lo expresan con un descaro meridiano de sujetos de poco fuste.
Sin embargo, tratemos de ser justos. No es que crea que la naturaleza cerebral de nuestros políticos sea reptiliana. No estarían en el Congreso ni fueran ministros. Hago notar solamente la incivilidad de muchos de ellos que expresan lo ordinario de sus vidas en un vocabulario de pitecántropos. Y no nos quedemos en el “sermo vulgaris”, sino en lo que hay en el fondo: la ausencia del gusto, humanidad, empatía y desarrollo moral. Son en grado sumo, bárbaros en línea genealógica con Atila.
Muy al estilo de Álvaro Arzú y de su hijo, Arzú Escobar. Semejante a Felipe Alejos. Iguales al exalcalde Medrano. Muy similares a Estuardo Galdámez. Tan tontuelos como el mal recordado, Jimmy Morales. Todos ellos formando parte de una corte de ordinarios patéticos que no merecemos como ciudadanos guatemaltecos. Por cierto, ninguno de ellos con redención.
Abrigaría la esperanza si el pedigrí moral, intelectual o humano fuera algo que se conquistara en un solo día, con una lectura o buenos deseos. Sin embargo, eso lleva tiempo. El estado lamentable en que se encuentran, producto del retorcimiento del vicio cotidiano, impiden una conversión milagrosa. Por ello, no queda sino acostumbrarse a sus bufidos y expresiones fuera de lugar de políticos salvajes dirigidas a las tribus en sus imaginarios montescos.