Hace muchos años que el Congreso de la República de Guatemala dejó de ser la representación popular para convertirse en la máxima expresión de esa tragicomedia en la que actúan con toda desfachatez quienes son únicamente representantes de sus malsanas ambiciones y negocios. Y nada mejor que la realización de sus actuaciones en el Gran Teatro Nacional donde pueden hacer con mayor propiedad su papel, tanto así que ayer hasta simularon que se agarrarían a trompadas dos de ellos, pero evidentemente confiados en que la intervención de sus colegas permitiera que todo quedara en una payasada más de las que con tanta frecuencia ofrecen al público.
El parlamento es, por definición y esencia, la máxima expresión de la democracia porque se supone que mediante procesos de elección que hasta permiten acceso a las minorías, se conforma un grupo de representantes legítimos de las distintas corrientes de expresión en una Nación. Y desde los orígenes de la democracia como forma de ejercicio del poder, corresponde a los congresistas orientar la política de Estado en busca de la promoción del bien común y ser el contrapeso de otros poderes que puedan desviarse en la promoción de su propio interés. Por ello los Congresos son instrumentos de control y verificación y tienen potestad de citar a otros funcionarios para exigirles la rendición de cuentas en todo lo relacionado con su actuar público.
Pero el nuestro se desvirtuó desde hace mucho tiempo y es el escenario en el que se manifiesta el cinismo y desfachatez de una clase política que solo vela por sus intereses y que hace componendas para aprovecharse de un pueblo que, por años, ha sido de alguna manera indiferente, dando carta blanca a esos actores para que sigan con su burda representación.
Pero temiendo una expresión popular masiva, el pasado sábado se montó otra obra de teatro y estamos por saber, otra vez, “quién puso el fuego ahí”. El caso es que ahora se mudaron de escenario y ningún sitio más acorde con lo que hace nuestro Congreso que el Gran Teatro Nacional ubicado en el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias.
Ayer les quedó pendiente tramitar el antejuicio espurio promovido contra dos magistrados de la Corte de Constitucionalidad y con el que tratan de ponerle fin al único obstáculo que han tenido los corruptos en su proyecto final y decisivo de fortalecer la dictadura de la corrupción con la garantía de impunidad que proviene de la elección de Cortes ya pactadas entre la alianza oficialista y Gustavo Alejos como broche de oro.