Amy Goodman y Denis Moynihan
El presidente estadounidense, Donald Trump, ha montado una narrativa de “causa perdida” semejante a la que abrazaron los estadounidenses sureños una vez abatida la Confederación. Esa narrativa histórica de “la causa perdida” postula falsamente que la Guerra Civil de Estados Unidos no se libró para defender la esclavitud, sino, en realidad, para preservar los derechos de los estados del sur y su tan preciado modo de vida sureño. Una total mentira. Los confederados sufrieron una derrota aplastante y firmaron la rendición incondicional en el pueblo de Appomattox el 9 de abril de 1865. No obstante, la supremacía blanca y la brutal opresión de los afroestadounidenses —instituciones que los confederados se habían esforzado tanto por defender— persistieron, encubiertas en la falsa narrativa de la “causa perdida”. Trump y el trumpismo son su nueva encarnación, una narrativa de causa perdida que abrazaron más de 70 millones de votantes en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.
A pesar de haber perdido en el voto popular ante el exvicepresidente Joe Biden por más de 5 millones de votos, Donald Trump se rehúsa a concederle la victoria y ha entablado demandas que cuestionan la decisiva ventaja que lleva Biden en el Colegio Electoral. Esta semana, el secretario de Estado, Mike Pompeo, declaró: “Habrá una transición tranquila hacia un segundo mandato de Trump”. Luego de las elecciones, Trump les pidió la renuncia a su secretario de Defensa y a otros funcionarios cuya lealtad consideraba insuficiente, y ahora está llenando el Pentágono de funcionarios obsecuentes, como el racista islamófobo Anthony Tata, quien acusó al presidente Obama de ser “musulmán en secreto” y se refirió a él como un “candidato de Manchuria” y un “líder terrorista”.
Lo que se ha perdido en medio del caos es este hecho simple e indiscutible: el activismo de los movimientos populares logró impulsar una participación electoral histórica que le concedió el triunfo en las elecciones a Joe Biden y Kamala Harris. Bree Newsome Bass, artista y activista antirracista de Carolina del Norte, dijo esta semana en una entrevista brindada a DemocracyNow!: “Fueron los activistas, las mismas personas que han estado organizando a las comunidades negras para que actúen en torno a temas que nos afectan, quienes movilizaron a estos votantes para hacer realidad la victoria de Biden y Harris”.
Newsome Bass se mostró poco conforme con la dirección bipartidista que parece haber tomado el equipo de transición de Biden: “Al mismo tiempo, el liderazgo demócrata sostiene que debemos trabajar con ellos, establecer un proceso de cooperación bipartidista con el partido que se niega a reconocer los resultados de las elecciones; el partido que acaba de tratar de evitar que celebremos elecciones libres y justas; el partido que hizo esfuerzos desenfrenados por restringir la participación de los votantes, privarlos de su derecho al voto e intimidarlos, en particular a las comunidades de color; el partido que se opone por completo a la idea de que existimos; el partido que, básicamente, aboga por una forma de genocidio al impedir que tengamos un adecuado acceso a la atención médica, algo que ha devastado a nuestras comunidades”.
En 2015, tras el asesinato de ocho feligreses afroestadounidenses y de su pastor en la Iglesia Emanuel AME de la ciudad de Charleston, en el estado de Carolina del Sur, Bree Newsome decidió llevar a cabo una valiente y desafiante acción en protesta contra el racismo sistémico. El asesino era un orgulloso supremacista blanco que había publicado fotos en las que se lo veía sosteniendo la bandera de batalla confederada, un emblema racista que todavía ondeaba en el edificio del Gobierno estatal de Carolina del Sur. Cuando se desataron la ira y el dolor en todo el mundo por la masacre, Bree Newsome trepó el mástil de 9 metros de altura donde estaba izada la bandera y, mientras la policía la observaba desde abajo, descolgó la bandera confederada del mástil principal del edificio.
Después de descolgar la bandera, Newsome exclamó: “Vienen a mí con odio, opresión y violencia. Yo vengo en nombre de Dios. ¡Esta bandera se baja hoy!”. Bree Newsome fue arrestada y llevada a la cárcel. Si bien las autoridades se apresuraron en reemplazar la bandera, pocas semanas después la legislatura estatal celebró una votación en la que se determinó retirarla de forma permanente.
Luego de la muerte de George Floyd a manos de la policía en la ciudad de Mineápolis en mayo de este año, estalló un levantamiento contra el racismo y la brutalidad policial en todo el mundo. Millones de personas de todas las razas, clases sociales y generaciones tomaron las calles. Uno de los reclamos más reiterados fue el de “recortar el financiamiento de la policía”, una consigna que fue denunciada por varios congresistas demócratas en una conferencia telefónica posterior a las elecciones, en la que alegaron que perjudicaba la posibilidad de que los candidatos demócratas obtuvieran la reelección en los distritos con tradición de electorados indecisos.
En una entrevista con Democracy Now!, el profesor Eddie Glaude, director del Departamento de Estudios Afroestadounidenses de la Universidad de Princeton, dijo: “Debemos entender lo que significa ‘recortar los fondos para la policía’. Presupuestar sus valores. Presupuestar sus valores. Eso es lo que significa, en esencia. ¿Por qué gastar el 60 o 70 % del presupuesto municipal en vigilancia policial, cuando también existen la educación, los servicios sociales y otros ámbitos similares?”. El profesor Glaude añadió: “Asumir la verdad a la que nos enfrentamos implica de manera fundamental la cuestión de si vamos a aceptar la idea de que somos una democracia multirracial”.
El primer uso documentado de la expresión “causa perdida” para darle al espíritu de la Confederación el carácter de una lucha por la cultura sureña y los derechos estatales se remonta al año 1866. El mito de la “causa perdida” instigó más de un siglo y medio de violencia y racismo, linchamientos, quema de cruces, leyes segregacionistas, brutalidad policial y encarcelamientos masivos de las personas de color.
Trump, por el momento, sigue siendo presidente y cuenta con un inmenso poder ejecutivo y un arsenal de armas a su disposición, todo administrado por un círculo de aduladores ansiosos por cumplir sus órdenes. Si la ley, la tradición y el voto popular prevalecen en los próximos dos meses, Trump dejará su cargo o será apartado el 20 de enero de 2021. Sin embargo, el trumpismo no se esfumará una vez que Trump se haya ido; permanecerá como la nueva encarnación de la antigua “causa perdida de la Confederación”.