Por: Adrián Zapata
Vaya pareja que nos ha visitado. Doña Pandemia mostró las debilidades estructurales del modelo económico y la perversidad del discurso ideológico que lo justificó durante tanto tiempo, en Guatemala y en el mundo entero. Y el huracán nos desnudó hasta el punto de mostrar nuestra impúdica realidad.
La desigualdad se mostró tal y como es, perdiendo su amañada seducción. Se ha mostrado tal cual es el egoísmo de quienes rendían homenaje a la desigualdad y se consideraban “triunfadores” porque eran los pocos que lograban, mediante su esfuerzo individual, alcanzar el ansiado éxito de ascenso social, mientras que aquellos que no lo lograban simplemente recibían el fruto de su “mediocridad”.
Ahora se puso en evidencia que los microorganismos patógenos saltan de animales a humanos, provocando enfermedades zoonóticas que afectan dramáticamente a todos, sin importar dónde viven, ni a que estrato social pertenecen. Salta a la vista la responsabilidad de un modelo económico que consume los recursos naturales hasta el punto de romper los equilibrios existentes, producto de lo cual se deforesta, se degradan los ecosistemas y se reduce la biodiversidad, volviendo frágiles las barreras naturales entre los humanos y los organismos patógenos. A quienes se benefician de esa desigualdad que produce el modelo económico ahora la pandemia los aterriza en las consecuencias del consumismo ilimitado al cual el sistema los sedujo al haberlos convertido en los privilegiados de la desigualdad.
A quienes vociferaban contra el Estado, condenando toda iniciativa reguladora que moderara el mercado, ahora claman por una acción estatal que los salve de las consecuencias sanitarias, sociales y económicas de la pandemia.
Y el huracán, con esas características que fácilmente se pueden relacionar con el cambio climático que el modelo económico ha producido a nivel mundial, en nuestro país ha desnudado la realidad que produce la desigualdad, la pobreza y la exclusión. Sin duda ha habido solidaridad entre el pueblo afectado y hemos presenciado acciones de apoyo donde se manifiesta la nobleza de muchas personas al apoyar a quienes viven situaciones angustiosas. También hemos sido testigos de la sensibilidad que inspira acciones de caridad de quienes poseen riquezas hacia las víctimas, inclusive a costa de tener lamentables accidentes como el ocurrido con la caída del avión que llevaba víveres para los damnificados. Pero ni la solidaridad, ni la caridad pueden sustituir la necesidad de justicia social.
Deberíamos tener la capacidad de leer lo que está escrito en letras gigantes y no cerrar los ojos. Pero lamentablemente no es así.
Nuestro Estado no responde a lo que se requiere. Las mafias político criminales siguen aferradas al aparato estatal para exprimirlo al máximo. El presupuesto para el 2021 no está centrado en atender la dramática urgencia que viven los pobres. Los negocios entre esas mafias y el Estado son los que siguen inspirando las decisiones de los diputados.
De igual manera, la “reactivación” económica, no contempla la dimensión transformadora que debería caracterizar ese esfuerzo. La teoría del derrame ha demostrado su esencia ideológica, justificadora de la desigualdad y, sin embargo, no hay aprovechamiento de la crisis para impulsar políticas que fomenten un crecimiento inclusivo, uno que supere el ficticio derrame. Crecimiento económico no es, necesariamente, sinónimo de desarrollo social. La economía campesina y la empresarialidad comunitaria, por ejemplo, no aparecen con la relevancia que requieren en la pérfida reactivación del viejo modelo concentrador.
El Congreso y el gobierno, con algunas honrosas excepciones, no ven lo que esta pareja, pandemia y huracán, han desnudado.