Alfonso Mata
No se puede entender la justicia o cualquier acto público sin un referente histórico que lo contextualice, y el principal que tenemos es la estructura, organización y funcionamiento de nuestra institucionalidad. Todos los errores inmersos, aprovechamientos al margen de la ley que ocurren y han ocurrido a lo largo de nuestra historia, son producto de las sórdido e insólito de ello.
No debería entonces sorprendernos los acontecimientos internacionales y nacionales de esta semana en temas de Justicia, pues está, al igual que la salud la educación, yo diría los derechos humanos y el desarrollo humano, se ha tornado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y en forma más qué descarada, en un negocio de capitales y nuestra nación no está exenta de ello y acá los capitales nacionales e internacionales, se han convertido en un capital privado secundado por el capital del narcotráfico que han trasformado los recursos del Estado en un botín, alejado del establecimiento de convenios y beneficios que sean justos. Esos tres ejes de capitales, funcionan al unísono gracias a que la justicia es cosa de capitales y no de principios y valores, en que la igualdad equidad y la imparcialidad de la justicia, nada tiene que ver; y lo más tonto en todo esto es creer que, detrás de ello, hay espacio para la razón y el respeto, cuando todo el engranaje político e institucional para lo que existe es, para adquirir riqueza, prestigio y poder, a través de empujones y actos delincuenciales y cero conciencia de protección y lucha por intereses sociales claramente establecidos.
En nuestra Nación, toda forma de poder: justicia, economía, prestaciones sociales, tienen a su disposición una estructura Estatal, que rosa con lo ilegal. Igual cosa sucede con la riqueza. Ni el presidente de ningún poder, ni sus funcionarios más cercanos, e incluso muchos elementos de la burocracia, tienen intención alguna de crear una democracia para servir al pueblo. De hecho, buscan con ahínco exactamente lo contrario: que capitales provenientes de cualquier parte y de cualquier origen, respalden sus ambiciones y que se les otorgue ciertos beneficios políticos y económicos ya sea por el poder económico, político y social del narcotráfico, o de empresas extranjeras. Ellos renuncian a todo principio: familia, dignidad, por conquistar esos espacios y luego cruzan los dedos (y vuelven a caer en ilícitos) para no caer en la desgracia, vendiendo al mejor postor lo no propio y aún vistas las enormes dificultades que se les presenta, no sólo no ratifican, sino que perseveran en sus propósitos.
Bajo ese contexto histórico y de organización institucional, pretender que existan intereses de cambio y transformación, es tan sólo una ilusión. Al igual que los españoles que vinieron a nuestras tierras en siglos pasados (al menos una buena mayoría de ellos) la mayoría de nuestras autoridades y dirigencias públicas y privadas, se mueven tras oro y poder y a primera vista no parece posible que personas que se ven como iguales, facultadas para reclamar sus pretensiones sobre los demás, conviniesen en luchas por un principio de mayores igualdades y equidad que se necesitan para poner en orden esa perspectivas de ambición que trasgreden la justicia política para algunos, simplemente en aras de una suma de ventajas disfrutada a costilla de otros.