David Martinez Amador

Politólogo. Becario Fulbright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano. Profesor Universitario,, Analista Político y Consultor en materia de seguridad democrática. Especialista en temas de gobernabilidad, particularmente el efecto del crimen organizado sobre las instituciones políticas. Liberal en lo ideológico, Institucionalista y Demócrata en lo político.

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David C. Martínez Amador

Cómo lo explicábamos en la entrega anterior, es un proceso perfectamente normal que el conteo de votos se alargue mucho más allá de la fecha original de la elección.

Al mismo tiempo, es un proceso perfectamente normal que las televisoras realicen proyecciones electorales y anuncien la victoria de un candidato presidencial. Durante los últimos cuarenta años ha sido así: Los centros de votación hacen llegar en tiempo real los resultados constantemente a las televisoras y las televisoras realizan proyecciones (igualmente lo hacen los equipos de campaña). Eventualmente, la misma noche de la elección ante una tendencia inevitable, hay un ganador sin que los colegios electorales deban de certificar la elección. Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton (ambas elecciones), George Walker Bush (segundo término presidencial), Barack Obama ( ambas elecciones) y el mismo Donald Trump fueron declarados Presidente Electo sin que los colegios electorales tuviesen que reunirse} y con base a las proyecciones de las televisoras. Lo anterior significa entonces, que todos los candidatos y presidentes perdedores en las elecciones de los últimos 40 años: Gerald Ford, Jimmy Carter, Mike Dukakis, George Bush, Al Gore, John MacCain y Hillary Clinton debieron de aceptar la derrota y conceder. Esto sin que los colegios electorales se reunieran. Salvo la elección del año 2000 donde el recuento se llevó a cabo por denuncias creíbles, todas las elecciones presidenciales estadounidenses de los últimos 40 años han sido procesos casi automáticos.

El discurso de concesión de victoria es una de las tradiciones más viejas de la República estadounidense. Lo anterior permite, que en cualquier régimen presidencial la democracia pueda consolidarse de forma pacífica cuando el perdedor acepta su condición. Con ello, la violencia, la incertidumbre y el conflicto se evita. Precisamente lo que ha generado el comportamiento del Presidente Donald Trump al no aceptar su derrota electoral sin que exista evidencia real de fraude. No solamente bombardea a la ciudadanía con horrendas mentiras del tipo ´sin la reunión de los colegios electorales un candidato no puede ser declarado presidente´, o ´todos los votos contados luego del día de la elección son votos falsos´ sino que pone el proceso de transición presidencial completamente en riesgo.

La transición inicia cuando el Presidente saliente invita formalmente al ganador de la elección a visitar la Casa Blanca. Otra tradición que Trump ha roto. Lo anterior es increíblemente peligroso porque las escasas semanas previas entre el final de la elección y la toma de posesión deben asegurar dos cosas. Primero, permite que el Presidente Electo tenga acceso a la información más sensible que las 17 agencias de inteligencia estadounidenses producen. Segundo, la transición permite que los equipos del Presidente Electo y del Presidente Saliente puedan discutir las rutas de continuidad del gobierno. Pero si el proceso de transición se entorpece, nuevo Presidente literalmente se encuentra a ciegas antes de tomar el timón. Por lo general, durante las semanas de transición el Presidente saliente intentará mantener la mayor estabilidad posible en el sistema de gobierno. En su locura personal y juego egocéntrico, Trump decide despedir – vía redes sociales- al ministro de Defensa. Cuatro oficiales de alto rango en el Pentágono son destituidos y reemplazos por perfiles leales al Presidente Trump.

Todo esto con cosas nunca antes vistas en la vieja democracia estadounidense.

Cortesía de un empresario fracasado; de los 17 edificios que llevan su nombre sólo 5 son de sus propiedad y además ha estado en bancarrota 5 veces. Cortesía de un sujeto profundamente arrogante, sin experiencia previa en la administración pública y un simpatizante de closet de la supremacía blanca.

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